La edición de este año del festival
de Cannes no brilla demasiado y creo que uno de los indicios más
definitivos es la participación de esta película en sección
oficial. Es cierto que Sean Penn y Naomi Watts,
protagonistas del film, son dos excepcionales intérpretes que
acostumbran a viajar a todo tipo de eventos de importancia
cinematográfica, pero en esta ocasión me temo que se encuentran en
un trabajo que sólo aspira a la calificación de correcto (además
de a sacar buena tajada de la taquilla, de forma más o menos lícita esta vez).
Se trata del clásico thriller
político, donde ya sabemos que Penn se mueve como pez en el agua
(véase La intérprete) en esta ocasión basado en hechos reales, en
lo que, por cierto, también el actor se maneja cómodamente. Aunque
aquí posiblemente tendrá más peso Watts, pues su personaje es el
verdadero eje de la historia.
Dirige Doug Liman, responsable
de la primera entrega de Bourne, aunque, admitámoslo, mucho menos
meritorio en el efecto que Bourne ha generado en el cine (y
televisión) de acción que Paul Greengrass, el encargado de las
secuelas. Liman ha continuado su carrera con títulos tan mediocres
(y exitosos) como Sr. y sra. Smith, y Jumper.
Hasta ahora, una filmografía considerablemente pobre, propia de un
artesano barato que sólo funciona a base de trabajos de encargo.
Esta nueva película juega con un corte
más serio, también es profundamente convencional y aspira como
decía antes, a la corrección. No se entiende su presencia en
sección oficial de Cannes (otra cosa sería una sección paralela de
relleno de estrellas). Da la sensación de que se han aferrado a lo
único que han podido arrascar del cine americano este año, más
allá de la pelicula inaugural de Ridley Scott. Quizá la excusa es
tomar el pulso a ese género tan propio de los últimos años del
thriller político realista, con ritmo y acción seca, pero ni
siquiera creo que hayan dado con un exponente suficientemente
destacado.