Gela Babluani se ha convertido con esta película en una de las grandes promesas del cine europeo. Algunos ya hablan de un nuevo Roman Polanski, otros simplemente le subrayan como uno de los nuevos talentos a mimar. Y lo ha hecho con una producción ridícula, mínima, apoyada únicamente en una imagen casi amateur, actores igualmente amateurs y, ante todo, su inventiva para guionizar y narrar una historia diferente.
O, cuando menos, contar alguna historia de manera diferente. Porque a estas alturas es harto complicado dar con historias nuevas, que no conozcas en uno u otro formato. El caso es que intuyo un puntito esquizofréncio, impulsivo, en esta rareza. Para empezar porque hablamos del trabajo de un nuevo realizador, con ganas de demostrar, que no dejará nada en la papelera, que volcará absolutamente todas sus ideas en el tapete, para lo bueno y para lo malo.
Por otra parte, ya desde su título enigmático y su negro cartel, todo apunta a que podríamos estar ante una nueva reformulación del neo-noir. Una original manera de darle la vuelta a los clichés, de trabajar con personajes enfrentados, sucios de presencia pero limpios, casi cristalinos en su presentación, en la manera en que hayan podido ser construídos ya desde el guión. Un neo-noir en el que la clave estará en el hecho, el duelo, el enfrentamiento, la muerte, la suerte, en lo que ocurra, y en el que los personajes serán un elemento purísimo para que el juego funcione.
Sin duda será una película imperfectísima. Pero podemos estar ante un descubrimiento estimulante. No tanto por hoy como por mañana.