Lo grandioso de este personaje, más que director, Harmony Korine, era su fuerza e intensidad a la hora de mostrar sus ideas en el celuloide. Ahora, las tiene iguales, pero son menos impactantes y no aportan tanto al cine, aunque mantengan una originalidad totalmente palpable en la gran pantalla, vean sino esta nueva producción. Desde Gummo (1997) consentido por los directores que le admiraban como guionista sobre todo por Kids (1995), con Rosario Dawson (Sin city o la próxima La conspiración del pánico) o Chlöe Sevigny (Manderley o 3 agujas) por ejemplo, no parece que las cosas hayan terminado de ir demasiado a mejor, el declive es totalmente consensuado, al menos el cinematográfico, para ideas y críticas ácidas sigue valiendo.
Ahora nos presenta un juego de personalidades, ya lo entenderán al comenzar el film los señores espectadores, con lo que vuelve a transportarnos a planos de la consciencia humana donde nos damos cuenta de lo que realmente somos como tal. Un nuevo ejercicio de pensamiento y disfrute, ya que son imágenes lejanas de la seriedad normal y corriente, pero bajo mi punto de vista probablemente con un cada vez menor talante cinematográfico, como si la cámara se le antojara pesada y simplemente se quedara viendo lo que antes, en producciones anteriores, no terminaba de ver.
Diego Luna (La terminal o Fundido a negro) y Samantha Morton (The libertine o Código 46) son los encargados de llevar las riendas del film que tiene a Werner Herzog (veterano y afamado director alemán de la curiosa Grizzlie man , entre otras menos modernas) como actor, ayudando al joven director, demostrando su admiración desde sus comienzos por un tipo que no deja de tener un cierto poder mediático, pero él y cada vez menos sus películas.