Sam Mendes no se
aleja de sus objetivos, adentrarse en el complejo mundo de las relaciones, los
hijos, la pareja, la sociedad. Pero cambia sus maneras, abrazando el género
indie más puro, en un ejercicio estilístico que parece rozar la parodia aunque
realmente no sea esa su voluntad. La imagen granulada, especialmente en la
escena inicial nocturna, los rótulos grotescos que indican el destino, la extravagancia
exagerada de los personajes, el aspecto bohemio del protagonista, etc.
Bien mirado, la pareja protagonista quizá no sea más moderna
de lo que, para su tiempo, lo era la pareja de Revolutionary Road. En cualquier caso, no son, ni mucho menos, los
personajes más exagerados de la película. En el afán de mostrarnos diferentes
modalidades de paternidad, Sam Mendes nos ofrece unos ejemplos extremadamente
exagerados, una caricatura impropia de su cine más bien preciso. Un tanto
abandonado a la ligereza propia del género, busca momentos cómicos - que realmente
lo son - a través de la mayor distorsión social.
Ciertamente hay una pausa, hay una mayor licencia, más manga
ancha para realizar una película menos perfecta que las del resto de su
filmografía, pero que también vale la pena hacer. Divertida y sencilla, pero no por ello deja
de ofrecer su particular mirada sobre lo sociedad. Una mirada que se replantea cualquier cuestión y ue no suele ofrecer respuestas concretas.