La primera pregunta que viene a mi
mente a mitad de la película y aún después, al salir del cine, es
"¿De qué va?". Se podría resumir de forma sencilla aplicando
el concepto que nos marcan al inicio, "esto pasó de verdad" y
por lo tanto podemos decir que la película trata sobre las extrañas
peripecias de Steven Russell. Podría definirse así, pero la
indefinición argumental de la película no debería ser salvada por
un simple rótulo al comienzo. La sensación, más allá de si los
hechos son reales o no, es que el argumento cambia cada quince
minutos.
Primero es un huérfano que busca a su
madre, después es la historia de un reprimido que sale del armario a
lo grande, un pícaro estafador, luego una historia carcelaria, una
historia de amor, la vida de un genial impostor, etc. Dos problemas.
El primero es que en ninguno de estos aspectos se entra en
profundidad, por ejemplo, la reacción de la conservadora sociedad
tejana ante la ostentosa homosexualidad del protagonista queda desdibujada en una pequeña caricatura; la
relación con su madre nos sirve para un buen gag cortado a la medida de
Jim Carrey, pero no aporta demasiado al personaje. El segundo
problema es que no termina de existir un hilo primario que pueda
interesarnos, sino un montón de anécdotas aisladas. Es necesario
podar y eliminar lo sobrante para centrarse en algo, el mal habitual
del biopic.
En cierto modo, la película al
principio se aprovecha de esta condición de situaciones
yuxtapuestas, sorprendiendo con planos impactantes (como cuando
descubrimos su verdadera orientación sexual o como cuando tiene el
accidente), pero la fuerza de la sorpresa pronto se convierte en el
tedio de "¿y ahora qué?".
Para colmo, tenemos dos estilos muy
diferenciados, se quiere ser serio y emocionar a momentos, con un
tono indie muy reconocible. A la vez encontramos muchos de los
estilos cómicos de la carrera de Carrey, desde el humor ácido,
negro y polémico de los Farrelly (momentos que recuerdan a Yo, yo
mismo e Irene). El biopic sorprendente de personaje extremo al
estilo del Andy Kaufman de Man on the moon. Y lo que mejor
domina el actor, los momentos de lucimiento al estilo Mentiroso
Compulsivo (aunque controlado, claro). Todos estos momentos cómicos
funcionan a modo de gags, a veces muy divertidos, pero lastran completamente cualquier
pretensión seria o de mensaje que pueda querer existir en la
película. La mención final a Bush es vergonzante, pues esta vez sí
que sí, no hay por donde cogerla. Incluso el mensaje es disperso.