El cine es, ante todo, ilusión. Por eso se puede disculpar el que alguien quiera coger una cámara y rodar con un exiguo presupuesto una película de terror llena de sangre y monstruos. Otra cosa muy distinta es que el director se piense que está creando arte, como el amigo Olaf Ittembach. No será el caso de Adrián Cardona, que tiene bien claro cual es el objetivo de su trabajo: divertirse y tratar de hacer lo propio con el consumidor de cine casposo. No siempre es tarea fácil y lo cierto la empresa invita a agudizar el ingenio. Mucho de esto sabían Sam Raimi y su hermano cuando reunieron a unos amigos en una cabaña en el bosque a principios de los ochenta. Efectivamente, el género necesita a los frikis a ambos lados de la pantalla.
Poco más se puede decir de esta película que no quede eclipsado por la figura de su director. El realizador ibicenco ha perpetrado anteriormente cortometrajes como Los guerreros del Apocalipsis solar o Morid hijos de puta, pero también sorprende encontrar en su palmarés un premio Brigadoon al mejor cortometraje. Lo cierto es que Cardona se mueve a la perfección en este campo. De hecho, tiene su propia productora -Eskoria Films- dedicada en cuerpo y alma desde hace años a este tipo de historias. En resumidas cuentas, una película estupenda para ver en cierto teatro que cada año se llena de enfermos del cine de terror. Seguro que da mucho más juego allí que en Spanish Bizarre de Sitges. ¡Chúpate esa, Angel Sala!