Cuando uno acude al cine a ver un documental del afamado realizador francés Barbet Schroeder, ya sabe que pisa sobre terreno seguro. En efecto, al margen de su carrera como director de obras de ficción, cuando Schroeder se embarca en un trabajo de investigación, lo hace siempre con una profesionalidad innegable. Cuando uno se centra en una figura como la del abogado Jacques Vergès -un personaje quizás no demasiado conocido en España, pero cuyas apariciones en el país vecino siempre levantan ampollas- sabemos que lo importante a la hora de abordar su estudio no es tanto lo que se cuenta sino el punto de vista que se adopta. En este sentido, Schroeder vuelve a dar una lección de buen gusto.
El estilo del documental es exhaustivo y metódico, quizás tanto que con la aparición de innumerables datos, los menos atentos pueden perderse fácilmente. Por eso resulta muy recomendable documentarse un poco antes de acudir a ver esta película, aunque lo cierto es que el trabajo proporciona la suficiente información previa como para que alguien que lo siga con la suficiente atención pueda enterarse sin problemas de todos los asuntos que toca. ¡Y vaya si habla de cosas interesantes! Al margen de que conozcamos o no la vida y obra de Vergès, el interés intrínseco del film, cuya temática va de la independencia de Argelia hasta las conexiones del Chacal Carlos con el incidente de Munich, es enorme. Se trata de un trabajo que, a pesar de centrarse en hechos del pasado, puede relacionarse sin problemas con innumerables conflictos actuales. En resumen, aunque es cierto que sus incontables ramificaciones hacen del documental algo excesivamente complejo, más que un defecto del director, se trata de una consecuencia inherente al amplio temario tratado.
Las apariciones del propio Vergès se llevan la palma. Arrogante y genial a partes iguales, el abogado no duda en utilizar evasivas a la hora de responder a ciertas preguntas, dando a entender muchas más cosas de las que parece. Eso sí, el documental no va conseguir averiguar cuales fueron los motivos de su incomprensible fuga ideológica hacia posiciones de derecha durante su estancia en paradero desconocido, aunque lo cierto es que da la impresión de que, más que un Le Pen trasnochado, Vergès sea simplemente un provocador nato. Lo dejan claro varios de sus amigos y conocidos en los diversos testimonios en que aparecen. Ahora bien, es una lástima que no se ahonde más en sus relaciones familiares, más allá de su matrimonio con Djamila Bouhired. La música, tan importante como inadvertida en este tipo de producciones, corre a cargo del compositor chileno Jorge Arriagada, con el que Schroeder ya trabajo en La virgen de los sicarios.
El director de Medidas desesperadas recurre por igual a testimonios actuales y documentos de la época como videos, periódicos e incluso archivos sonoros y fragmentos de películas (la referencia a La batalla de Argel, de Pontecorvo, es casi obligada) para avanzar cronológicamente en la evolución ideológica y vital de Vergès. En efecto, a través del abogado, verdadera figura central del film, nos trasladamos en el tiempo a uno u otro conflicto, algunos tratados con mucho detenimiento, otros esbozados de pasada, como es el caso del juicio al nazi Klaus Barbie, más conocido como El carnicero de Lyon. Lo cierto es que una segunda mirada del film, más allá de la política, se interesa también por lo que representa la figura de la abogacía. Las referencias del propio Vergès resultan de lo más esclarecedoras a la hora de analizar su particular visión de lo que es el mundo jurídico. A este respecto, el abogado no dice nada que quede fuera de la autentica legalidad. Sus opiniones sobre los procesos humillatorios y el derecho a la defensa son completamente acertadas.
A pesar de los años transcurridos, no deja de ser oportuno comparar el documental que ahora nos ocupa con otra obra del propio Schroeder, la dedicada al General Idi Amin Dada. Si en este otro trabajo Schroeder se limitaba a seguir de cerca al dictador, dejando que el mismo se descalificase, en el caso de Jacques Vergès, no está tan clara la posición que el director adopta al respecto de su sujeto de investigación. En efecto, tanto los detractores del abogado como sus defensores más acérrimos, encontraran argumentos de apoyo a lo largo de toda la película. En principio, El abogado del terror es un trabajo completamente objetivo. Las únicas pistas que nos ofrece el director, es decir, la relación final de dictadores defendidos por Vergés o el polémico inicio del film, pueden efectivamente ser una muestra de la opinión de Schroeder, pero quizás solo ejemplifiquen el sentir general de la sociedad francesa.
El abogado del terror es un documental interesantísimo. Su visión político-jurídica, su particular revisión de la historia del terrorismo, el peso de los testimonios que recoge y la impronta de lo que analiza en nuestro día a día actual son solo algunas de sus múltiples virtudes. Contra todo pronostico, el mayor acierto de este documental es dejarnos que decidamos por nosotros mismos la verdadera naturaleza de un abogado del Diablo, aunque a muchos les duela reconocerlo, puro genio y figura. No hay más que escucharle decir que defendería a Hitler.. a condición de que se declarara culpable.