China será la próxima primera
potencia mundial, pero hay algo en lo que todavía los americanos
ganan por goleada: en su capacidad de exportación cinematográfica
con la consiguiente influencia social en el resto del mundo. Aunque a
los chinos aún les queda mucho camino por andar, en este sentido,
sobre todo debido a los diferentes códigos cinéfilos, lo cierto es
que ya han empezado a hacer los deberes. Grandes superproducciones,
muchas veces orientadas a hablar sobre la historia de China desde un
prisma patriótico y muchas veces revanchista a cuenta de la segunda
guerra mundial. Pienso, por ejemplo, en City of Life an Death,
premiada en el Festival de San Sebastián, con un presupuesto
importante y muy orientada a imitar al cine de Spielberg
(especialmente a La lista de Schindler). Otro caso claro son
las varias entregas de la vida de Yip Man -héroe chino contra los
japoneses- que ha rodado Wilson Yip que se enmarca en el género más
exportable del país: las artes marciales. Para rematar, Wong Kar Wai
estrena ahora su versión del personaje en The Grandmaster.
Se trata de buscar un producto
asimilable por el público occidental, que sirva para expandir la
cultura china y vender buena imagen del país. Para ello, quién
mejor que uno de los directores favoritos del gobierno, encargado ya
del espectáculo de los Juegos Olímpicos: Zhang Yimou.
Además, un director de prestigio mundial por las películas en sus
inicios, pero que tampoco está en su mejor momentos de crítica.
Ahora a los festivales les interesan más el relevo, la sexta
generación, que se opone al régimen con cine de crítica social.
Yimou, de la anticuada quinta generación, es ahora un realizador con
buena mano, que peca mucho de mercenario. No es garantía más que de
una cosa: una buena factura. Le han puesto encima de la mesa el mayor
presupuesto que ha tenido nunca una película china. Al fin y al
cabo, los americanos nos vienen vendiendo sus superproducciones
patrióticas de buena factura realizadas por sus propios mercenarios
desde hace décadas. China empieza fuerte ahora. Aquí incluso
tenemos una estrella americana, Christian Bale. El jovencito
de El imperio del Sol vuelve a revivir la tragedia muchos años
después.
Lo más decepcionante quizá, es que se
trate de un producto de imitación. Dado que es muy difícil exportar
su propio estilo, han decidido simplemente copiar el occidental. Y
las copias, lo que tienen, es que siempre deslucen ante la
comparación con los originales. Será demasiado convencional, un
producto de fácil consumo, repleto de concesiones y de recursos
fáciles y con algo de regusto panfletario. Cumplirá en parte su
objetivo: dejar contento a un gran número de espectadores en todo el
mundo, pero no llegará demasiado lejos en ningún sentido.