Hay películas que brillan desde lejos. En efecto, Los cronocrímenes se presentaba como una de las apuestas más interesantes del panorama nacional, a pesar de su modesto presupuesto. Esta evidente falta de dinero, que han intentado paliar numerosas subvenciones institucionales, no resulta un impedimento para que Nacho Vigalondo ruede el film que le apetece. Se nota que Vigalondo es un director que proviene del mundo del cortometraje, un autor con estilo propio que todos sus seguidores podrán reconocer en cada fotograma de su nueva obra. De hecho, la misma idea de su largometraje podría desarrollarse en un formato menor, aunque el guión es lo suficientemente inteligente como para alargarlo sin tener por ello que aburrir al espectador. La duración de la película está, en efecto, ajustada al milímetro.
La historia nos presenta a Hector y Clara, un matrimonio que acaba de mudarse a una casa rural cercana a la ciudad de San Sebastián, como nos muestran esos primeros planos. El entorno jugará en todo momento un papel primordial, como un personaje más de la película. Ciertos extraños sucesos, entre los que destaca la aparición del cadáver de una joven y de su presunto asesino, un hombre cuyo rostro cubre una venda rosácea, acabaran con el pobre Hector en una cubeta repleta de un liquido blanquecino que sirve de prototipo a una máquina del tiempo. A partir de ahí, asistimos a una serie de desgracias -algunas buscadas, otras accidentales- que irán sumiendo su aventura en un completo caos. Lo cierto es que, una vez el protagonista viaja en el tiempo, solo nos quedaría comprobar como cada uno de los eventos presentados obtienen su explicación en segundo termino, si no fuera porque la historia depara ciertas sorpresas, a pesar de lo predecible de muchas de sus situaciones.
En efecto, la resolución del guión es uno de los aciertos de la película. Como bien comentaba un amigo a la salida de la proyección, mientras que la mayoría de películas de viajes temporales se desarrollan en forma circular, Los cronocrímenes recurre a un sistema en espiral. El dominio de las pistas por parte del director es absoluto, aunque a veces resulte complicado para el espectador seguir la trama de la historia. Cada truco visual tiene su repercusión en el pasado cercano, como esa escena en la que la cámara se detiene un instante en las zapatillas del presunto cadáver, el mismo lapsus temporal que más tarde hace creer el espectador por un instante que la persona que huye de Hector por el tejado de su propia casa es la joven, cuando en realidad es su esposa. Esa serie de detalles demuestran un cuidado nada habitual. Lo cierto es que Los cronocrímenes está muy bien pensada.
La actuación de Karra Elejalde está plagada de claroscuros y va claramente de menos a más. Alterna momentos en los que el actor está soberbio -como ese plano final en que asume la última consecuencia de sus actos- con otras tantas escenas en las que se le ve un tanto forzado. De todos modos, no resulta fácil llevar el peso de toda una película a cuestas. En cuanto al resto de actores, cumplen a la perfección. Bárbara Goenaga está creíble en su personaje y Candela Fernández da la talla en sus breves intervenciones. Quizás la elección del propio Vigalondo como el segundo personaje con más trascendencia en la historia, después del propio Hector, pueda ser considerada como un acto de ego por parte del realizador -a imagen de la aparición de M. Night Shyamalan en La joven del agua- pero lo cierto es que tampoco su intervención contrasta demasiado con la del resto de actores, aunque si que se nota que está a otro nivel.
Uno de los aciertos de la película es el uso de un retorcido humor negro, que en absoluto resta intensidad al suspense. En efecto, el thriller temporal, ese viaje al origen del asesinato, no quita para que algunas escenas resulten cómicas y no precisamente por lo paradójico. Todo ello contrasta a su vez con una fotografía visceralmente realista y en ocasiones borrosa. Hay mucha mala leche en algunas de las situaciones que nos presenta la película, aunque a veces de la impresión de que el film se contenga demasiado. Es como si, consciente de que caer en el exceso en este tipo de temáticas es la muerte, el guión anduviera con pies de plomo por encima de todo lo que toca.
Resumiendo, el esperado debut de Nacho Vigalondo en el mundo del largometraje no está exento de algunos fallos, achacables sin duda a su carácter de opera prima, pero eso no quita para que el cántabro haya forjado una obra de autor, decididamente propia y sumamente entretenida para el espectador atento. Eso ya es mucho y, sobre todo, es algo que no se puede decir de todo el mundo. Eso sí, la fuerte personalidad del film se cobra su precio. Contra todo pronostico, su ciencia ficción realista no agradará a todo el mundo y mucho menos al que acuda al cine a ver algo convencional. Como ya vaticinaba, su film es un reto a la industria, pero no en el sentido esperado. Parece mentira que con directores tan capaces, nadie apueste más fuerte por el género de la Ciencia Ficción en España.