En estos días de penumbra en las taquillas a veces se me olvida el porqué de mi afición al cine. ¿Qué me atrae de este arte? Gracias a películas como este "Largo domingo de noviazgo" lo comprendo; gracias al sublime travelling inicial de esta película me respondo a mí mismo.
¿Cómo se puede sintetizar lo que representó la Guerra de Trincheras en el frente del Oeste de la 1ª Guerra Mundial? Con la cámara descendiendo sobre un campo embarrado en el que no hay nada más que socavones, aire viciado, y los restos de un crucifijo enorme que cuelgan del palo de una antigua capilla.
Esa es la magia del cine, el refrán de una imagen vale más que mil palabras. Esa asombrosa capacidad de síntesis que tiene Jean Pierre Jeunnet. En un plano ha aprovechado para situarte y para presentarte un elemento clave en la trama de la película: la vieja ermita en la que el granjero se refugia.
Apuntaba Sherlock el problema de la maraña de nombres. Yo no creo que tal problema realmente exista. En ningún momento me he perdido en esa supuesta nebulosa, y creo que Jeunnet ha sabido suplir la semajanza fonética de tales nombres, con una asociación visual y adjetival. Desde la presentación de los cinco condenados a muerte se les describe, más que por su nombre, por su adjetivo: el el campesino, el carpintero, el corso, el pimpoyo... De hecho sigue con esos adjetivos incluso en la investigación, Audrey tautotu pregunta al pastor por "el granjero fornido"; el detalle de las botas alemanas, el corso grita, para salvar su vida, que no es francés sino corso, incluso en las aparentemente confusas declaraciones de los testigos, Jeunnet aprovecha para hacer priemros planos de todos y situarlos en la escena, véase el estallido del zeppelin lleno de hidrógeno, o el momento en que llevan a Manech al hospital.
Está claro que jeunnet le debe mucho a Stanley Kubrick y a la maravillosa forma en que retrató las trincheras en su crepuscular "Senderos de gloria", pero lejos de hacer un remake visual, lo adapta a su estilo y logra imprimir a dichas imágenes de un sello propio. Apoyado en la magnífica fotografía de Bruno Delbonnel, logra retratar su mundo, el del cine eminentemente visual.
Bien es cierto que el guión ha sido trufado de lo que podría empezar a denominarse "el toque Jeunnet". Pero, al contrario de lo que opina Beiger, y a favor de lo que consideran en "Días de cine", copiarse a sí mismo no me parece nada reprochable, al menos cuando a aspectos formales se refiere.
No es "Largo domingo de noviazgo" una copia de "Amelie". No cabe duda de que los personajes son bien diferentes, las situaciones, las intenciones... No estamos ante lo que hizo Wong Kar-Wai en "2046", o a lo que Scorsese hizo entre "Uno de los nuestros" y "Casino". Es una forma de narrar algo, siempre diferente, y que tiene la majestuosa peculiaridad de permitir conocer mejor y en muy poco tiempo a los personajes.
Porque una de las grandes virtudes de la cinta es la capacidad que tiene para provocar que nos identifiquemos con ese mundo que plasma en sólo 2 horas. Esto parece sencillo, pero a mí no me parece nada fácil. Y más si tiene que lidiar con la resolución de una compleja trama que nunca le supera y que siempre tiene controlada.
El trabajo de los actores me parece correcto, y creo que Audrey Tatou está ya rozando el techo de su carrera como actriz. Algo me dice que esta chica poco más tiene que mostrarnos. Lo que tiene ya lo conocemos.
Paso a terminar la postcrítica, no ya de un mero entretenimiento visual, como podría ser "La casa de las dagas voladoras", sino de una película que me dice lo que es el CINE, así, con mayúsculas.