Catch me Daddy encaja a la perfección dentro del género "cine británico". No hay que confundir
el género con la simple nacionalidad. Igual que no es lo mismo cine español que
género "cine español". El género "cine británico", a día de hoy, implica una
mirada a la baja sociedad, desde la violencia, desde la pobreza. Con garitos
con olor a cerveza rancia, con urbanizaciones grises, ciudades desconectadas de
cualquier aspiración artística o de ocio agradable. Solo queda beber, drogarse,
tragar comida rápida con desgana y en definitiva, vivir en la inmundicia física
y espiritual. Mucho odio y ausencia absoluta de una cualquier esperanza de
felicidad.
Todo eso está en esta película, que se adscribe al género
punto por punto, añadiéndole un toque exótico con la protagonista y su familia
paquistaní, poniendo sobre la mesa, aunque de manera algo tangencial, el
problema del choque de culturas. No es tampoco un tema que, en última
instancia, tenga una verdadera importancia sobre el desarrollo de los hechos
que podrían haber funcionado igual sin el aspecto multicultural.
Desde el principio, el primerizo director Daniel Wolfe, toma la determinación de
ofrecer una imagen intensa, con muchos planos de detalle preciosistas, con una
fotografía oscura y trabajada. Como buen género "cine británico" que es, se
debe oler, se debe sentir el sabor a sangre en la boca, la orina y los vómitos,
los interiores cuidadosamente decorados con el peor sentido de la estética y el
orden posible. Todo eso está muy conseguido y, desde el principio, la
atmósfera llena la película. Quizá con demasiado artificio. Casi parecen
escucharse los gritos de "acción" y "corten" para rodar un simple plano de agua
derramada de la manera menos natural posible. Está tan supeditada a la
intensidad que todo resulta algo impostado y el efecto termina siendo el
contrario.
Personajes ariscos, brutos, violentos. Uno empieza a pensar,
viendo muchas de estas películas, que Gran Bretaña debe de ser un lugar
horrible, al menos la Gran Bretaña profunda. Roles bien interpretados, con el
habitual gesto de rudeza y desdicha. Actores esculpidos en piedra para moverse
entre navajas y pistolas. Todo bien, y todo lo hemos visto antes en tantas
películas del género, como Tyrannosaur o The Selfish Giant. Los mejores
aspectos de la película los conocemos ya de sobra.
Pero el mayor problema lo encuentro en el guion. Tarda en
entrar para, después, convertirse en una rutinaria huida a ninguna parte. Ya en
el último tercio, la historia va a la deriva, y poco importa cuál será el
destino de los personajes. Hasta tal punto sucede esto que el director decide
resolver la película con un final no cerrado, y es que a esas alturas ya quedan
pocas cosas que el espectador pueda esperar. La intensidad, aunque impostada,
es disfrutable al comienzo, pero llega un punto en el que la película necesita
ofrecer algo más y no sabe o no ha querido hacerlo.
En definitiva, un obra a olvidar dentro de un extenso cine
que ya nos ha ofrecido esto antes y bastante mejor.