Y mira por donde, pero me senté el otro día con calma ante la patalla y me resultó positivo el azaroso caer de escenas. Había elegido un medio descarte de los que uno no se fía demasiado pero cuya duda no es suficiente para hundir en el olvido, y resultó ser un buen trabajo, un buen thriller agradecido y por agradecer, de producción nacional y con unos actores reconvertidos y, me imagino, contentísimos de poder salir del eterno registro de siempre.
Patxi Amézcua consigue lucir lo deslucido, aunar los minutos exactos, ni uno más ni uno menos, en una satisfactoria diatriba de personajes y situaciones tensas donde salir airoso con el amor sin ser pedante es el enorme mérito. No es que comience el partido metiendo pronto un gol, pero si que se denota que domina el juego y tarde o trempano éste se hará presente.
La suerte de la película, en manos de un actor que se come la pantalla, Francesc Garrido (La vida empieza hoy o Estación del olvido), está lanzado hacia un éxito seguro por la rapidez de la consecución, por la intensidad a flor de piel de la misma y por el juego policíaco que prometía y ha cumplido. Sinceramente, una gran película de cine de aquí que debería haberse pronunciado más en las listas de cartelera, porque de concerla un poco más, el labio a labio, hubiera catapultado su esencia, su carácter, el poso cercano pero universal de su mensaje apagado pero con luz.