La verdadera complejidad de la película no reside en ese escritor de nombre demasiado pronunciado, ni siquiera en lo que el drama de un hombre en el fondo atormentado como él pueda ofrecernos, sino en la capacidad de un actor como Hoffman para hacer que el público se acerque a él como no haría con el personaje en realidad.
De sobra preparado para este tipo de interpretaciones, hombre de calculado matiz y rostro demasiado desequilibrado como para crear atención en cualquier instante, el éxito radicará en él, pero mucho me temo, que más allá de que coloque en sus palabras los chistes poderosamente perdidos de Capote, el drama, en forma de investigación, terminará por hastiar a los espectadores que querrán seguir viendo a Hoffman y despedir a el secundario demasiado necesario.
El castigo de verle en acción es colocarle en una de ellas, y pudiendo llegar alto como película sólo llegará alto como actor. De todas maneras, muy por encima del nivel mediocre de la mayoría.