Existe la música de compañía, aquella que se escucha mientras se está haciendo otra cosa, sin importar mucho ni poco lo buena que ésta sea, sino más bien buscando que sea agradable de escuchar.
Oliveira es lo que ha conseguido con esta película. No se trata más que de un juego guasón, una gracia, un homenaje muy personal a la obra de Buñuel, y a otras muchas cosas: a Dvorak, a París, a un mundo que se termina.
Esta película tranquilamente puede seguirse mientras se hacen otras cosas, porque poco cuenta, porque no hay hilo conductor, pero es indudable la belleza de sus planos, de su gusto por el detalle, por esos pasos en la alfombra que se oyen, por ese ambiente tan retro, ese hotel de cinco estrellas, ese champagne rompiendo en burbujas, ese apartamento de decorado, ese París de alta burguesía.
Me he pasado los 70 minutos enganchado a la película, incluso en los largos planos nocturnos, disfrutando con Dvorak y con la belleza de Paris y la dulce venganza de Piccoli, whisky tras whisky.
En fin, no es una película, es cine de compañía.