Es difícil que los hermanos Coen ofrezcan un producto convencional, demasiado adherido a un género.
Por mucho que Valor de ley contenga todos los elementos reconocibles
del western, en realidad es otra cosa. Una película de época
ambientada en el siglo XIX en el oeste de EEUU. Y sí, hay pistolas,
forajidos, caballos y es tan importante el valor de un hombre como su
puntería; pero lo que más llama la atención es la precisión, el
cuidado y el esfuerzo a la hora de ambientar la sociedad de la época.
Destacan especialmente los diálogos,
con mucha licencia de artificio, incesantes durante todo el metraje
(algo insólito para un western) y que nos van dejando todo tipo de
detalles sobre el modo de pensar de la gente de entonces, su
moralidad, sus inquietudes, sus batallitas. En este sentido, una
labor impecable, que parece ser que ya estaba en la novela de Charles
Portis y que, quizá no estaba tan presente en la anterior
adaptación cinematográfica. Por supuesto, también hay una
ambientación visual cuidadísima, de dirección artística,
vestuario y maquillaje. Los dientes rotos y amarillos de un visceral
Barry Pepper (el jefe de los forajidos) y su forma de pisarle
la cara a la protagonista mientras habla escupiendo, son un ejemplo
muy claro de la línea cruda, realista y salvaje que marca la
película.
Todo el reparto está impecable,
incluso Matt Damon, con un personaje muy divertido con patético concepto del honor, al más puro estilo secundario de los
Coen. Por supuesto, tenemos al mejor Jeff Bridges, ese que es
capaz de demostrar carisma y presencia, al tiempo que resulta perdido
y también patético. Pero la sorpresa de esta película la
encontramos en la joven protagonista, Hailee Steinfeld, que a
sus catorce años rebosa seguridad, dominando unos complicados
diálogos con una naturalidad insultante. Atención a esta chica.
En conclusión, una muy buena película,
donde se une un guión inteligente y original, a la habitual estética
preciosista de los Coen, con una factura general impecable.