Personaje extraños en situaciones extrañas y un desarrollo inesperado. Una apuesta relativamente habitual en el cine indie, pero que muchas veces muere atrapada en su propia premisa. No es el caso de Frank, que por encima de toda su extravagancia y tono casi absurdo, parece encontrar un camino hacia delante.
Personajes extraños, decía, y me refiero en especial a ese Michael Fassbender atrapado en una grotesca careta. No sé si le ha echado valentía o se ha partido de risa al elegir un personaje que no le permite mostrar su cara en pleno boom de su carrera. Un personaje que parece salido del anuncio de algún festival de música, o de algún videoclip del grupo de moda. Pero no es el único extraño, claro. El personaje de Maggie Gyllenhaal, homicida y demente -siempre sexy-, y en general, cada uno de los componentes de la banda, The Soronprfbs. Podrían haber salido de una de las primeras películas de Charlie Kaufman, pero con un barniz de diseño más indie.
Curiosamente, entre tanto personaje extraño, la película habla realmente de la vulgaridad, centrada en el personaje protagonista, Domhnall Gleeson -ya clásico loser de la gran pantalla. Un autor frustrado, empeñado en triunfar pero que tiene un pequeño problema: una falta absoluta de creatividad musical. De hecho, la película comienza con una búsqueda activa de inspiración -señal inequívoca de que no existe. Durante toda la película se dará de cabeza contra un muro a la hora, ya no solo de encontrar su musa, sino de comprender aquello que lleva a un artista a crear algo propio, nuevo. Sus resultados no son más que un conjunto de obviedades, tópicos o incluso plagios. En contraposición, la música experimental, atrevida y diferente de Frank, que está bien ejecutada por el compositor de la banda sonora, Stepehn Rennicks, escondido tras el ficticio grupo. Consigue la difícil labor de mostrar una música abiertamente excéntrica y diferente, pero al mismo tiempo, de cierta calidad. Una especie de Carter Burwell con esteroides.
Para lo que sí tiene buena mano el protagonista, es para la promoción en redes sociales, especialmente sobre aquello que nada tiene que ver con la música. La película aborda así los caminos tan distintos entre la calidad y la fama. También habla del habitual éxito de los formatos enlatados, y de la dificultad de compatibilizarlo con una creación artística seria.
Por último, creo que es de agradecer que no haya una moraleja sencilla detrás de la máscara, ni una transformación del personaje "aprendiendo a dar la cara". No solo es una película con una premisa estrambótica, sino que sabe llevar su propio desarrollo sin caer en las fórmulas que precisamente está denunciando. Y aún con esta limitación, o quizá precisamente por ella, sabe resultar entretenida.