El director argentino, Pablo Agüero nos lleva a París, a contarnos una historia muy minimalista, y cuando digo minimalista, quiero decir barata. Dos actores, un pisito, y poco más. Esto no tiene por qué ser especialmente malo, si el guionista, en este caso también Agüero, es capaz de sacar adelante una historia con unos elementos tan limitados. Está claro que esto se ha conseguido en más de una ocasión, como por ejemplo con la película chilena En la cama, con una cerradísima unidad de lugar en aquella ocasión. Ahora no tiene por qué haberla, pero tampoco creo que se airee demasiado la película.
El mayor acierto es su escasa duración, una hora y cuarto, que probablemente resultará más larga que las dos horas y media de Malditos Bastardos. Para más economía de producción, los dos protagonistas son actores sin experiencia, y eso que uno de ellos es anciano. En definitiva, la habitual película de la sección Nuevos directores en el fesitval de San Sebastián, que seguramente aburrirá al personal con sus lecciones de la vida y sus infinitos planos de relleno.