Orson Welles no sólo ha sido un gran director sino también un gran personaje. Hace poco veíamos a Danny Huston ponerse el traje de Welles en Fundido a negro. Algo antes, la película RKO 281 le rendía homenaje a través de Liev Schreiber. Aunque quizá, quien mejor haya materializado la admiración, o incluso obsesión por Welles, haya sido Tim Burton en su Ed Wood, donde el personaje mantenía una fascinada conversación con el mítico director, interpretado esta vez por Vincent D'Onofrio (un actor que, por cierto, después ha repetido en el papel).
Pues bien, la historia de esta película comienza con el profundo interés de Esteve Riambau en el famoso director. Riambau es un importante crítico y estudioso del cine, que ha escrito muchos libros, y entre ellos, unos cuantos sobre Welles. Llevándolo más lejos, ha dirigido una obra de teatro en la que el protagonista es un Welles crepuscular. Esta exitosa obra de teatro está protagonizada por uno de los grandes actores de cine y teatro de nuestro país, José María Pou. Y con esto ya he llegado a la película que nos ocupa, pues precisamente está compuesta por las grabaciones detrás de los escenarios, en los camerinos, una especie de making of de la obra. Una acercamiento al trabajo de Pou para entrar en el personaje de Welles. En definitiva, una película sobre el teatro, sobre el trabajo del actor, sobre Orson Welles, sobre José María Pou y sobre el cine. Sobre los puentes entre ambos, un actor que trabaja en ambos mundos, y después de todo, una película sobre una obra de teatro que a su vez habla sobre cine.
Entre estos juegos de espejos, de ficciones y documentales, podemos encontrar muchos elementos interesantes. Codirige con Riambau, su compañera en su ópera prima (La doble vida del faquir), Elizabet Cabeza. La película participa en nuevos directores de Zabaltegi, en el festival de San Sebastián. Un experimento seguramente disfrutable para quienes gustan de ver el truco y la magia, ambas en la misma actuación.