Simon Staho es uno de los interesantes descubrimientos que he obtenido del festival de San Sebastián. Empezó participando en Zabaltegi, en la sección de nuevos directores, con una interesante y meritoria película, Día y noche. Meritoria por su particular unidad de lugar a la que saca todo el partido e interesante por sus personajes intensos. Este año se podrá volver a ver en el ciclo Fiebre helada, el nuevo cine nórdico.
Posteriormente volvió al festival, esta vez ya en la sección oficial, con Bang Bang Orangutang, una película menos redonda pero mucho más arriesgada y experimental, especialmente desde el punto de vista estético. Con un comienzo glorioso, por cierto.
Ahora tenemos otra nueva película suya, de nuevo a concurso. Esto, ya de por sí es para mí una buena noticia, pues de momento es la única manera de seguir viendo una películas que de otra manera tienen una nula distribución, ni en cine ni en DVD. De ahí que mi valoración sea optimista. Ahora bien, tengo dudas razonables.
Si en la anterior película lo único que podía empañar la esperanza era el grotesco título, en esta ocasión nos encontramos ante un impedimento mucho más importante: su argumento. Una premisa que no atrae nada y que parece corresponderse más con la de un telefilm que con cine de festival. Claro que si vuelve a desplegar una experimentación estética y un ahondamiento en los personajes, poco importan los hechos que vayan sucediéndose. Eso sí, esa experimentación deberá contener más éxitos y menos intentos fallidos.
Es una pena que esta vez no cuente con esa bestia interpretativa de sus dos anteriores películas que era Mikael Persbrandt. Ahora habrá que ver que tal le funciona su nueva protagonista, la actriz Noomi Rapace.
Las dos anteriores películas eran coproducciones entre Dinamarca y Suecia, pero esta vez no hay dinero sueco, espero que no se note para mal.
No fallaré a la cita habitual con el director danés.