Crítica de la película Lemming por Iñaki Ortiz

Esta es una película muy clásica. Lo es en su realización, tranquila, de planos fijos largos y de mucha ambientación de hogar. Es clásica en su estructura y forma, una pareja feliz que poco a poco, según va avanzando la película ve transformarse su tranquilidad y normalidad en un desasosiego que aumenta en pendiente leve pero continuada hasta llegar a la culminación trágica. Realmente se puede decir que la hemos visto muchas veces en diferentes variantes.

Por otro lado, el guión es más que correcto. La intensidad de las pequeñas cosas está bien conseguida, generando una tensión psicológica sostenida que siempre resulta interesante. El encontrar un lemming en el desagüe o esperar ante la tardanza de los invitados se vuelven momentos inesperadamente inquietantes.

Los personajes están bien trabajados. Vemos una vez más la complicada educación y autorrepresión tan propia de la clase media francesa que se ve superada por las situaciones adversas. El personaje que interpreta Laurent Lucas está dominado continuamente por su jefe, André Dussollier, sin ser capaz de replicar o rebelarse. Tendrá que ser al final, cuando se rompa de golpe el dique de contención, dejando que la corriente arrase.

Todo esto cubierto por ese juego de espíritus y poseídos, quizá un juego algo fuera de los límites, pero eficaz, que nos llevan a esa maravillosa escena en la que los dos protagonistas hacen el amor mientras ella le obliga a llamarle por su otro nombre.

Tanto Dussollier como Charlotte Rampling están estupendos, elegantes, y hacen uso de su experiencia para elaborar unos personajes de dos caras.

Lástima que como digo, todo suene demasiado, las situaciones, el ritmo, la estructura. Aunque tenemos momentos tan apetecibles como el de los lemmings en la cocina, no deja de ser una película algo anticuada. Aun así, una buena película anticuada.