Es creencia común que una Coca-Cola abierta y dejada en el frigorífico dos días ya no está buena, en fin, que ha perdido el gas y con ello su gracia.
Yo soy de esa gente rara que aún le sigue gustando de esa manera, o que incluso la disfruta más, sin la molestia de las burbujas, y con todo el sabor del azúcar sintético.
John Boorman tiene ya 73 años, y una vez más aplaudo al Zinemaldi la posibilidad que nos brinda a todos de hacerle este homenaje. No sé yo cuántas pelis le quedarán a Boorman en su vida (espero que sean muchas... por de pronto ya está trabajando en el colosal proyecto de "Las memorias de Adriano"), pero lo cierto es que es uno de los máximos exponentes de la generación de cineastas de autor rabiosos de los 60 y 70, con títulos como "A quemarropa", "Deliverance", "Zardoz" o "El exorcista II", con un estilo en continua búsqueda, pugnando contra toda convención, sacando cine de un mero caminar por un pasillo.
En los 80 llegaron sus obras más serenas, se fue el gas y se quedó su estilo, ese sabor de azúcar sintético, perfectamente contenido en "Excalibur" y, en menor medida, en "La selva esmeralda".
En la actualidad, y tras la convencional "El sastre de Panamá", podría decirse que Boorman ya no está para seguir manteniéndose en su sabor, en su estilo, y que en la película que vamos a ver nos va a dar la lección de cine del catedrático disoluto. Será una película de llevar lápiz y papel.
Para ello nos trae una vez más a su actor fetiche Brendan Gleeson, con el que ya ha trabajado en "El general" o "Un país en África", un actor capaz de sostener un film él solo.
A su lado veremos el conocido rostro televisivo de Kim Cattral (Samantha en "Sexo en Nueva York") o a Sinead Cusack, a la que vimos como Delia Surridge en la lastimosa "V de Vendetta".