Puede ser para niños. Es un cuento. Un cuento que como los buenos cuentos estás lleno de tópicos. Un cuento que nos suena, que lo hemos visto, el clásico cuento de las mil y una noches, con sus objetivos precisos (rescatar al hada) y sus personajes valerosos y representativos. Todo esto no es bueno ni malo, sólo son las normas. Es malo si se hace sin interés, por inercia, si no se aporta nada. Es bueno, si, como en este caso, se usa para ofrecer muchas cosas buenas.
Lo que salta al primer vistazo es su colorido. Figuras tridimensionales de un solo color uniforme, por tanto bidimensional en esencia, formas que ofrecen un aspecto a veces casi esquemático, con iluminación independiente y artificial, excluyéndolos de su entorno en lugar de adaptarlos. No se busca el realismo en ningún sentido, pero los rostros, sobre todo cuando están quietos, tienen un aspecto poderoso. Movimientos lentos y muchas veces artificiales crean una cierta sensación hipnótica.
Momentos intensos que transcienden la supuesta condición infantil, como por ejemplo el reencuentro de Azur con su madre y, concretamente, el plano en el que abre los ojos, esos malditos ojos azules. En varios momentos el uso del zoom realza la intensidad. Detalles como usar la venda de uno para curar la herida del otro son, cuando menos, bellos.
Infantil quizá, pero ingenua no. Una fábula compuesta de fábulas. La idea del individuo occidental “ciego” que sólo conoce de la otra cultura lo que le cuenta una persona subjetiva y lo que queda de una primera impresión. Cerrar los ojos y no querer adentrarse en el detalle. En el delicado punto en el que un niño pueda entenderlo y un adulto no se sienta insultado. La película estuvo a punto de cargarse su propia idea cuando se emparejan por razas, suerte que mis plegarias fueron escuchadas y la cosa terminó con las parejas mixtas, si no nada habría tenido sentido.