Cesc Gay hace un cine muy personal, muy pequeño en apariencia, sencillo, centrado en los diálogos y en los personajes, en vidas humanas. Esto es algo que se puede ver muy claramente en su última película, Ficcion. Unos pocos personajes, un escenario tan limpio como la montaña, un argumento mínimo, aunque no por ello menos importante.
Al final, esto se puede decir de muchos autores, y muchos veces el comentario va cargado de cierto hastío. Una de las diferencias en este director es su mirada tan personal, su estilo propio, que hace que estas pequeñas historias tengan un encanto particular. Rodadas con la elegancia, el gusto y la contención del cine catalán y con un punto moderno pero discreto en su estética.
En esta ocasión, se adapta una obra de teatro de Carol López, de la que Cesc Gay quedó prendado. Hay dos aspectos nuevos interesantes en esta nueva obra suya. En primer lugar, lo evidente, que se trata de una comedia, un género más alejado de este director. En segundo lugar, una cuestión mucho más interesante: la peculiar manera en la que ha decidido adaptar la obra de teatro. Las adaptaciones siempre son complejas, aunque se trate de un medio cercano como es el teatro, y muchas veces se fracasa al trasladar la obra de un modo mecánico. En este caso, Gay ha tratado de hacerlo de un modo distinto, más arriesgado, aplicando cambios atrevidos, cercanos al metacine, con el objetivo de seguir manteniendo el falso realismo y la cercanía del teatro.
Una buena opción para quienes disfrutamos del cine tan personal de este director que además, en esta ocasión, nos ofrece una mirada distinta. Un ejemplo de cierta variedad, dentro de lo que cabe, del cine español donde podemos encontrar no sólo comedias de Fanta en vaso de plástico, sino también de vino en copa de cristal. El punto débil: el de siempre, la película está rodada en catalán por lo que la veremos doblada, seguramente por los propios actores, con el habitual perjuicio de un doblador inexperto. Quizá haya que hacer honor a su título.