Esta comedia romántica no es ni moderna ni indie, como lo era 500 días juntos, ni creo que pretenda serlo. Sus personajes no se enamoran porque compartan querencias por Hopper y Magritte. Más bien les gusta ir a la discoteca y, a él, ver un porno de lo más soso. No es una comedia moderna, pero sí actual, que funciona en términos que un veinteañero actual -ojo, uno que no se salga demasiado de la norma- puede entender y hacer suyos. Lo que ya es más que la mayoría de las comedias románticas acartonadas americanas, ancladas en los valores más rancios que ya no se corresponden con nada que tenga que ver con las nuevas generaciones.
Su mensaje no es el último grito, de
hecho es una de las ideas más repetidas en el arte: escapa de la
rutina. Se centra especialmente en el sexo, el sexo rutinario como un
proceso mecánico insatisfactorio. Dejarse llevar, actuar con
libertad. Pero obviamente, el mensaje va más allá, hacia el entorno
social. Lo que quiere la madre, lo que quiere la novia. No es un
retrato sutil, desde luego, ni tiene que serlo. Es un mensaje claro y
directo.
Está escrita con más soltura que
talento. Resulta más fresca que ingeniosa. No tiene pretensiones
pero tampoco se rebaja. Tiene ritmo y buen humor. Joseph Gordon
Levitt, autor absoluto, funciona mejor como guionista que como
director, faceta en la que sale más o menos indemne a costa de
cuatro trucos fáciles. En cuanto a su papel protagonista, bien
cachas, está estupendo. Entre la ingenuidad de una visión simplista
del sexo y la picardía de un seductor implacable. Scarlett
Johansson, con ese cuerpazo, hace más que creíble que poniendo
su culo en el paquete del chico, este le siga a la luna. Al mismo
tiempo es capaz de resultar tan odiosa que a uno se le pasan las
ganas de echarle un polvo, y eso sí que tiene verdadero mérito.
Una película ligerísima, divertida en
la que seguro que más de uno ha podido identificar algunos
comportamientos que encuentra no demasiado lejos.