Esta película es sin duda un conjunto de toques de percusión al servicio del mensaje, distanciados aparentemente, que se van reunindo para dar como resultado un son que aunque experimental, no puede dejar a casi nadie indiferente. Puede que esta manera de narrar, termine por cansarnos dentro de algunas películas, pero de momento ilusiona y llena sin demasiados esfuerzos, para deleite de quienes se apuntan a este director de renombre.
Algo menos concentrada que en otras ocasiones, algo más difusa, pero igualmente intensa y detallista, de cámara inquieta que muestra y ayuda a fijarse en lo importante, se muestra serena, tranquila, demuestra tener claras las cosas y que piensa antes de empezar con su juego, para encontrar el camino que demuestra los fundamentos que necesita el film para su cuadro de ser humano triste y desamparado, abandonado por sus propias normas cerradas, que en demasiadas ocasiones le pierden como si se metiera en la trampa en forma de boca de lobo que fabrica para defenderse.
Demuestra que con poco se puede introducir al espectador en un tema general apoyado por sucesos concretos muy importantes, que lejos de estar esforzados y provocados, terminan por ser fundamentales y creíbles dentro de la maraña de sentimientos que se ofrecen. La música, un personaje que viene y va con una liviana manera de acontecer, consige atrapar más aún las intenciones con ojos abiertos que se descubren ante las imágenes que fluyen con un controlado caer.
Una película de fondo, que no se olvida de las maneras, que no las redescubre, pero sí las maneja una vez más al servicio del mejor resultado, sin demasiadas carencias y sobre todo muy humana. Trata de hacer cuestionar mostrando, y lo consigue, una película realista y lista, completa, un canto con eco que se queda en las mentes de los asistentes hasta varias horas después. Al final, te muestra lo más sencillo del mundo, un apretón lleno de ternura de mano tras el descalabro evitable. Y consigue que pienses en él como la mayor novedad olvidada del mundo.