Esta película es una de esas que puede iniciar un debate sobre el cine español. Al contrario de otros títulos que se anuncian a bombo y platillo por toda nuestra geografía y que son de lo peor que se puede hacer con el dinero público, véase Fuga de cerebros o Mentiras y gordas, como decía, pueden convertirse en ese contrapunto al cine facilón porque es cine de calidad, cine cuidado, cine intimista, cine de personas y sentimientos. Esta afirmación y confianza personal se debe al único hecho que tanto detrás de la cámara como del guión, tenemos a un cineasta español libre de estilos y necesidades del mercado. Hablamos de Manuel Martín Cuenca, responsable de títulos como La flaqueza del bolchevique o Malas temporadas, dos dramas sinceros y profundos, del que inevitablemente he de destacar el primero de los dos, por su fuerza y por esos silencios entre Luis Tosar y María Valverde dónde todo era dicho, esas escenas dónde ambos personajes ni siquiera tenían que mirarse para saber lo que estaban pensando y ocultando a la vez.
A ese potencial al que me he referido de narrar sin evidenciar nada, es al que apelo con todas mis fuerzas a Martín Cuenca para que lo despliegue sin temores en este historia de dos hermanos, que es a lo máximo que me he permitido conocer de la trama. Se que el ritmo no será su fuerte y que la cadencia en la narración podrá enojar a más de uno por su lentitud. Pero sentir las emociones a flor de piel muchas veces tiene un precio y en este caso el habrá que pagar por ello teniendo más paciencia de la habitual.
En el reparto podemos encontrar a Verónica Echegui (Yo soy la Juani, El patio de mi cárcel) o Antonio de la Torre (Balada triste de trompeta, Primos), dos estupendos artistas a los que deseo ver en manos de este realizador.
No será la mejor película española del año, pero si una para dar una oportunidad para ese otro cine que se hace en nuestro país que pasa desapercibido.