Sobre la idea de que habitamos un mundo cruel en el que la lucha por la supervivencia termina por corromper hasta al más inocente, ya se han hecho muchas películas. No obstante, la opera prima de Christopher Zalla se presentaba como una visión interesante y novedosa sobre la vida de dos jóvenes inmigrantes mejicanos perdidos en Nueva York que, por avatares del destino, terminan por intercambiar sus personalidades. Un primer aviso para navegantes: aunque la práctica totalidad del film esté rodada en castellano, no nos equivoquemos. Padre Nuestro no es cine latino ni mucho menos, aunque tanto su temática como sus intérpretes se refieran directamente a su país vecino.
Para tratar de conmover al espectador, Christopher Zalla recurre a una serie de golpes de efecto completamente maniqueos. Toda la parte de la historia centrada en las desventuras de Pedro resulta tan poco creíble como lacrimógena. Solo eso explica la ingenua bondad de un niño perdido en una ciudad sin corazón, abocado a seguir un camino que solo puede ir de mal en peor. Como no, el protagonista se cree a pies juntillas todas y cada una de las mentiras que le cuentan, cayendo igualmente en cada trampa que se abre a sus pies. Ahora bien, ni siquiera cuando su buena fe parece estar a punto de quebrarse, el personaje termina por renunciar a sus principios. ¡Esas escenas en que la mala suerte se ceba con el protagonista, pasando junto a su desconocido padre sin que ambos lleguen a encontrarse, son más propias de una película para niños! En una producción seria no hay que recurrir a trucos tan baratos para plasmar el desamparo del personaje de Pedro.
La segunda historia que nos narra la película es bastante más atractiva. El mayor interés del film recae sin lugar a dudas en la relación que mantiene el personaje de Diego con el suplantador de su hijo. Lo más logrado de ésta es sobre todo el hecho de que el joven Juan termine por creerse el rol que representa. En el fondo, anhela tener un padre como ese hombre que le toma por hijo. Pero lo más sorprendente del asunto es que esta especie de asociación de personalidades sea reciproca. Esa encarnación termina de confirmarse en la fiesta en la que Juan es aceptado como uno más del grupo por los amigos de su falso padre, para llegar poco después hasta sus últimas consecuencias. En efecto, cuando al final de la película Juan confiesa en el último momento a Diego que no es más que un mentiroso, este no quiere creerle. La ultima imagen del joven, corriendo desesperado mientras deja caer a su paso esos billetes largamente buscados y que ahora ya no significan nada, es clave para entender esta transmutación.
Para ser una película centrada en la dicotomía vital de sus jóvenes actores, lo cierto es que tanto Armando Hernández como Jorge Adrián Espíndola no dan la talla. No es que sea unos malos intérpretes, pero su trabajo resulta tremendamente caricaturesco, quizás para dar consistencia a esa serie de relaciones que terminan por conformar un universo propio y casi Dickensiano. Por su parte, Paola Mendoza está algo más creíble en el papel de Magda, aunque no pueda escapar del todo de esa ola de victimismo que acaba por engullir a sus dos jóvenes compañeros de reparto. Caso aparte es el de Jesús Ochoa. El mejicano deja bien clara su veteranía dando vida a un personaje bastante más complejo de lo que en un principio parece, aunque bien en cierto que su transformación resulta bastante previsible vistos los derroteros por los que avanza la historia.
Al margen de su evidente naturaleza dramática, si Padre Nuestro se entiende como un estudio de la vida de un inmigrante sin papeles en la Nueva York más desfavorecida, la verdad es que la película tiene un cierto interés. La miseria y la dura rutina por la supervivencia a la que deben de enfrentarse estos hombres quedan perfectamente retratadas a distintos niveles, ya sea en la figura de Magda, que no duda en vender su cuerpo para paliar su adicción a las drogas, en la escena en la que Pedro debe trabajar en unas condiciones infrahumanas o en la propia labor de los cocineros del restaurante, bastante menos dura pero igualmente ingrata. Evidentemente, de ese halo de corrupción no quedan exentos los propios norteamericanos, como es el caso del ejecutivo que ofrece dinero a cambio de ver a los jóvenes manteniendo relaciones sexuales o de esos otros que directamente quieren comprar sus cuerpos.
Lo cierto es que a nivel técnico, Padre Nuestro está muy bien rodada. La película hace uso de una gran fotografía, oscura y deprimente. El tratamiento de la luz, desde ese inicio en el camión hasta ese terrible final en que Juan huye a ningún lado a través de una noche azulada, es excelente. Se nota que su director ha sido un buen alumno a la hora de estudiar la teoría del montaje. Domina a la perfección la técnica de la cámara al hombro, que tan imprescindible parece hoy en día en toda producción independiente que se precie. Desde la primera escena, sabe lograr con sus tomas una impresionante sensación de vértigo, aunque lo cierto es que a veces incurre en algún que otro exceso queriendo demostrar lo lejos que llega su talento.
Una crítica más puede hacérsele al argumento de Padre Nuestro. Y es que lo cierto es que la película no termina de ser todo lo cruda y sucia que debería. Es como si a su director le dieran cierta lástima sus protagonistas o tratara de ahorrarnos los detalles más escabrosos de sus desventuras. Cuando se atreve a sumergirse un poco en esa desdicha, enseguida termina por resolver la escena. El único momento en que sale a la luz toda esa miseria sexual tantas veces abordada es casi al final de la película, poco antes de que los dos jóvenes se encuentren. Quizás por eso, recurre a un final deliberadamente violento y abrupto. La verdad es que el desenlace de la película es tremendamente predecible. A nadie le cabe en la cabeza que una visión del mundo a través de los ojos de un misántropo pueda tener un final feliz.
Quizás lo que no casa del conjunto y termina por jugar en contra de la película sea el gran premio del jurado obtenido en Sundance. Como cine independiente, no se puede decir que Padre Nuestro aporte gran cosa. La temática que trata y sobre todo el modo en que la aborda no son novedosas en absoluto. Es una película aceptable, sobre todo para ser una opera prima, pero bastante alejada de cumbres tan elevadas. Lo que resulta incompresible del todo es que gran parte de la crítica haya dicho que no incurre en ningún momento en el cliché, cuando todo el metraje está plagado de ellos. La historia de la navaja y su uso final es solo uno de los innumerables ejemplos disponibles. De todos modos, al margen de ese cierto regusto a deja vú, Padre Nuestro funciona moderadamente como drama social. No es una obra maestra, pero menos da una piedra.