Compleja, arrítmica, fascinante, irregular, hipnótica, verazmente falsa. Una mentira cargada de verdad o, más ciertamente, de muchas verdades. De todas aquellas personas que ha sido Bob Dylan, que podría ser, que es para nosotros, que es para él, y que son en él.
El niño que anuncia personalidades varias, "granjero" que protesta y narra, el trapecista que busca su destino, el jinete eléctrico que muere entre la muchedumbre, el viejo que algún día fue Billy the Kid.
Especialmente acertada y rica en simbología es esa imagen que Haynes traza mediante el rostro de Richard Gere: así debería ser Dylan si nunca hubiera fallado a esa imagen que tanto admiraba, la de Billy el Niño. ¿Y si Billy el Niño no hubiera muerto?, parece preguntar ese segmento de la película. Pero más bien el disparo es delatador: ¿Y si aquel Dylan no hubiera muerto...? Pero el perro, Richard, no alcanza el tren, que se escapa con Billy dentro. Nunca lo alcanzará.
Haynes se atreve a dibujar una personalidad caótica e irretratable a base de hipótesis, trazando un mosaico que engarza sucesos reales de la vida de Dylan (el concierto en Manchester, la polémica rueda de prensa previa) con recreaciones ficticias en ocasiones fantásticas, en ocasiones pretendidamente veraces (es el caso de los minutos protagonizados por Heath Ledger).
Lo reza uno de los carteles de los créditos iniciales: inspirada en las canciones y las muchas personalidades de Bob Dylan. Y no sé si están todas, pero todas las que están tranquilamente podrían ser o haber sido, y tienen el punch, el misterio, el gancho de derecha cargado de sonoridad, de rima, de talento, ingenio, metáfora, amargura y, a veces, falsa despreocupación.
A todo ayuda el fantástico trabajo de unos actores que han elaborado un esforzadísimo trabajo de mimetización, de recreación, incluso una lucha digna de mención por asomar el personaje por encima de la tupida y densa leyenda. Interesante pose autoral de Christian Bale (pocos minutos, los suyos), en parecida acción a la de Ben Wishaw. Fantástico Heath Ledger, ¡qué actor hemos perdido! Y mención final para la más sorprendente, la más electrica, magnética: Cate Blanchett es, tal cual, ese Dylan andrógino, escuálido y carismático que ya había perdido todo recuerdo de figura folk para ser el nuevo protagonista de la escena en primera línea: el mensaje por encima de la distorsión. Una interpretación a la altura de pocos. Es la mejor.
Una lástima que apuestas tan válidas como esta ni siquiera lleguen a estrenarse en nuestro país.