Crítica de la película Amor por Romulo

No es fácil de ver. Pero no por la frialdad de Haneke, que veo/leo mucho por ahí. Haneke es crudo, no cocina ni uno de los ingredientes que ofrece, van tal cual, directos al gaznate. Y así, tragar es tan tan difícil... Pero lo haces. Estupefacto, con la garganta ya dolorida...

No percibo al Haneke deshumanizado que me comenta mi compañero Sherlock en pleno diálogo twittero. Veo tantos detalles de amor verdadero, tal colección de sutilezas, tal sucesión de gestos, completos o detenidos a medio camino, tanto pasado irradiando amor entre esas dos personas a cada frase, a cada confidencia, a cada nuevo revés, que no puedo aceptar ese argumento.

Y me conmueve de una forma inenarrable la transformación de él. No solo su paulatina decadencia física, paralela a la de su mujer y quizá aun más impactante y dolorosa; sobre todo el modo en que el amor que dejan leer sus ojos se va viendo golpeado y a la vez confirmando a lo largo de la película. El compromiso emocional de Jean-Louis Trintignant (así como el de Emmanuelle Riva) va más allá de lo meramente interpretativo.

Entiendo perfectamente que, cuando la imagen pasa a negro y aparecen los primeros créditos finales, el público del Zinemaldi tarde sus largos cinco segundos en reaccionar, antes de decidir si aplaudir o no. Se aplaude. Pero con miedo. Y poco rato. Porque lo que se acaba de ver, ¿debe aplaudirse? Tanto amor y tanto dolor. Yo aplaudo.