Es una brisa fresca tras el estío caluroso y pesado que ha amargado nuestras entrañas como manzana olvidada bajo la sombra de su propio Dios. Cada año existen películas elegidas en mi retina y esta es una de ellas. La calma, los encuadres, las sensaciones y sobre todo la soledad retratada con un pincel impregnado de pintura reciente de tono ancestral. Es soberbia en momentos, es pecaminosa en otros, es dulce con azúcar menudo y justo, es un gran proyecto de buena realización.
En los colores de ese Tokyo de hotel, en las risas seguras de los personajes, en los bordes de la pantalla que quiere inquitarse reside una paz y una serenidad transmitida, transmitente, eso es lo que hace, transmitir, y lo hace con mente y cuerpo, con frases, silencios y miradas tanto de ellos como nuestras. Una joya.