Ante todo, me llama enormemente la atención la capacidad de Julian Schnabel para sacar de donde no hay a base de recursos creativos. Podría parecer que una película que trata sobre un hombre que sólo puede mover un párpado daría poco juego, y sin embargo la dirección de la película es especialmente dinámica, mágica, talentosa. Si uno quiere compararla con un referente más o menos cercano a la temática, es decir, Mar Adentro, observa una diferencia abismal entre la capacidad creativa de Schnabel con respecto a Amenábar. Y que conste que aquella no me pareció una mala película, pero era un film cerrado.
La gran elección es rodar las vivencias desde dentro del protagonista. Uno pudiera pensar que la actuación de Mathieu Amalric iba a ser estática, puramente presencial, pero por el contrario, gracias a los monólogos interiores (por sugerencia expresa del propio personaje, como vemos en la película), tenemos la posibilidad de escuchar esa elegante voz en off, que sólo un francés puede llegar a conseguir. Además de los flashbacks, claro, pero eso ya es otra historia. El actor está tremendo. Y muy bien también el resto del reparto, en especial Marie-Josée Croze y el mítico Max Von Sydow que se luce con sus momentos dramáticos.
La simulación de la mirada es asombrosa. El cierre del párpado, la operación para coserle el ojo malo, los movimientos, las percepciones los juegos de cambio de la profundidad de campo. Muy bien. Una fotografía logradísima y una dirección muy imaginativa.
La película atesora momentos bellísimos. Se me ocurre por ejemplo el plano del glaciar derrumbándose mientras oímos la voz del protagonista sobre una bella música. Como ese, muchos otros. Schnabel hace de las suyas, componiendo cuadros sobre el plano, construyendo espacios como ese sueño en el que hay objetos abstractos colocados en un gran quirófano. Un derroche visual.
La película funciona porque, aun tratando un tema durísimo, no se presenta como un dramón terrible, tiene sentido del humor, bromea. Apenas hay algún momento en que yo desconectara, y eso en pleno festival con cuatro películas al día tiene mucho mérito. La película juega a la vez por un lado a la fantasía, los sueños, las metáforas visuales; y por otro al realismo y al cuidado del detalle para que resulte creíble y tan real como debe ser, en todo momento.
Están muy bien tratados los momentos de dictado, que no se pueden soslayar pero que podrían ser tremendamente tediosos para el espectador. El juego de elipsis y de mezclar el audio de estas con otras imágenes, así como otros recursos variados, consiguen que no resulte pesado en ningún momento.
Una película bella, dura, elegante y emotiva. Excelente.