Sí, Michael Mann tiene un estilo propio, su fotografía es sólo suya, sus encuadres son sólo suyos, su concepto de la acción es sólo suyo y la utilización que hace de la música para crear ambientes y fundirlos con sus personajes son sólo suyos.
Michael Mann es más que un artesano, es un buen director.
Todo esto ya lo sabía antes de empezar a ver este capítulo tardío de Corrupción en Miami.
Sinceramente, uno ve esta película y piensa que detrás de ella lo que hay es un curriculum que mostrar, una manera de decir vengo de la televisión, es ahí donde he hecho fama, pero valgo para mucho más.
Porque Corrupción en Miami hubiese tenido sentido cuando Mann empezaba en esto del cine, pero no cuando se le conoce todo aquello bueno que se le puede sacar a la película.
La historia no es que sea nula, es un poco lo de siempre, mucha tensión y poco que contar, lo que hace que la película sea durante muchos minutos aburrida.
La relación intrafílmica que se crea entre los personajes es inexistente. ¿Cuántos minutos de conversación tienen Farrell y Foxx? Apenas hablan, apenas sabemos nada de ellos que no sea lo que ya sabíamos de ellos antes de empezar la película.
Mann no se atreve a calificar esta película de remake o de continuación, pero juega con que todos nos conocemos a los personajes para olvidarse de ellos y dedicarse a lo que le apetecía: rodar Corrupción en Miami con todo lo que ha aprendido durante años. Una segunda oportunidad.
La trama es complicada de entrar, de atraparse, ves tensión y atmósfera desde el primer minuto, pero sientes que no va en consonancia con lo que va sucediendo.
Cuando la película empieza a desfallecer, el guión nos mete con calzador el conflicto dramático, la relación Farrell-Li, que no hay quien se la crea, que no ha sido preparada, que se ve que está como el respiro que se coge la película antes de seguir en lo que quería: dándonos forma y no contenido.
En definitiva, no me ha cautivado más allá de las formas y creo que falla de concepto, llega tarde y sin fuerza en contenido y actuaciones.