Mi intención era ver esta película acompañado, con muchas palomitas y bien servido de alcohol. Al final fue más bien solo, sin alcohol y sin palomitas, pero aún así, me ha gustado mucho más de lo que podía esperarme.
El inicio de la película es más que prometedor, en un estilo al más puro estilo videojuego, en planos subjetivos, el despertar de Chev Chelios, el DVD, el mensaje al más puro estilo James Bond, tal y como se atreve a decir Verona. Podían haberlo matado de mil formas, pero deciden inyectarle un veneno. Maravilloso.
A partir de ahí la película se entrega a una espiral de acción a raudales, sin descanso, con una cámara nerviosa pero centrada, y con una planificación imposible, todo ello aderezado con un cine serie B genéticamente modificado, y, sobre todo, con un tono de chanza que no desfallece en ningún momento del film.
No es que haya algo que sea novedoso, sino más bien la forma en que sabe jugar en la división que le corresponde, como un partido apañado del Ponferradina. Me ha gustado esa brutal sinceridad.
Y las carcajadas que me he echado con varios momentos como el de la mano del hermano de Verona, como otras jartadas como Chev Chelios entrando en un centro comercial con el coche a toda velocidad y relatándoselo a su médico. Impagable.
Pero, sobre todo, lo que más me ha gustado es esa poderosa escena final, cayendo del helicóptero con su enemigo, matándolo en pleno vuelo, sacando el móvil, llamado a su prometida - desde luego, Amy Smart se luce en esta peli- y dejándole un mensaje de amor sincero, él, Chev Chelios, el matador, el que se hacía pasar por programador de videojuegos.
Y el héroe cae y muere, sin remisión, sin trucos, sin ambages, sin giros de guión de última hora. Como una losa.
Una gran sorpresa.