Fernando León de Aranoa no hace más que transmitirme confianza plena. Entre los pocos directores españoles con ese beneplácito, acude a las pantallas con de nuevo la espectación traicionera de crítica y espectador. El nuevo argumento, el nuevo rugir de sentimientos de sus historias sencillas y mundanas, parece que esta vez turba un poco al juntar a una peruana y a un anciano en cama. Ambas palabras que utilizo para nombrarlos, peruana y anciano, son claves para el éxito del film, pues el tabú de las mismas por motivos de la calle no deja de escaparse de las intenciones de descripción social del buen director.
Princesas fue su anterior película poco aceptada y poco halagueña, pero ésta que presenta no hace más que reafirmarle tanto en sus intenciones como en sus maneras. Su cine es sentimiento, es humildad y es mundano, es un cine moderno tanto en dirección como en composición al servicio de historias de otras épocas pero con menos silencios. El retrato del país y de sus gentes no es más que un lienzo que engancha por verosímil, y por tanto, una parte del electorado de taquilla es suyo por decreto, el otro sector, el que intenta no entenderle, no buscar y conceder que es su manera y forma, se escudará en cuanto quiera para no reconocer que es un grande, pero de esos que no se doblan ante...
Recomienzo Amador a amantes del cine, a amantes del cine español, y a amantes del cine independiente y cabal, que puede conciliar con exactitud y equilibrio buenas intenciones, crítica y además colores de cinematografía. No la recomiendo a quienes no tengan paciencia con las personas y sus tiempos, a quienes quieran acción a raudales o sin ellos, a quien meramente mire sin fijarse en lo que mira. Aranoa es Aranoa y que sea así por siempre.