Los peores presagios se confirman con
el último trabajo de Tim Burton. Un producto sin alma
dominado por decisiones de mercado, sin apenas criterios artísticos
más allá de unos cuantos buenos artesanos del diseño. Se cimienta
sobre demasiados desaciertos. El primero es el de alargar un corto
de media hora que ya se sostenía a duras penas. Y que quede claro
que hablamos de alargar y no adaptar, pues cualquiera que haya visto
el corto recientemente se habrá dado cuenta que ha sido trasplantado
al largo casi tal cual, con los puntos y las comas, imitando incluso
los planos. Después, se ha alargado añadiendo relleno sin ningún
interés y sin demasiada coherencia con el hilo orginal (todo el tema
del resto de los chavales).
Otro desacierto es la elección de la
animación. El corto era de imagen real y funcionaba como tal, con un
blanco y negro evocador del viejo terror que aquí no encaja para
nada. Ni tenemos un homenaje al terror clásico de serie B, porque lo
que hay es una animación elegante y cuidada; ni tenemos un derroche
visual de animación como podríamos tener en otros trabajos de
Burton, porque el blanco y negro limita (uno de los puntos fuertes en las otras era el colorido) y porque no hay nada
innovador ni mínimamente sorprendente, en parte, porque no es una historia suficientemente fantástica como para desbordar la imaginación. Una estética, por tanto, a
medias de todo que no destaca en nada.
Pero lo más triste de la película es
su falta de alma. La rutina con la que se suceden los innumerables
guiños a la historia del terror, la corrección de cada plano, de
cada personaje. Nada que pueda perdurar en la memoria. Es
especialmente sangrante que algunos planos que funcionaban con mucha
fuerza en el corto original, aquí están calcados con tanta
perfección como desinterés. No funcionan porque no son más que una
copia sin alma. Un ejemplo: cuando el profesor electrifica la rana en primer plano y al fondo se ve la cara del protagonista, era un plano muy expresivo en el orgiginal, ingenioso y atrevido. Aquí es casi igual, pero simplemente no funciona, no es más que una copia. Todo el genio y la energía de los primeros trabajos
de aquel Burton gamberro, atrevido, osado e inconformista están aquí
completamente diluidos en un trabajo mecánico, correcto,
absolutamente conformista. Si aquel corto tenía un valor, no era desde luego su historia, que es una pequeña tontería, era el ingenio fresco de un artista con mucho que decir. De eso no queda nada.
Burton está terminando de vender los
últimos resquicios de su personalidad y su rebeldía estética al
mercado, a la Disney. No hace más que intentar copiar su propio
estilo, y lo peor es que cada vez tiene un resultado más
despersonalizado. Una pena.