Olivier Assayas repite con esta
película la misma fórmula que usó en Carlos, retrata una
época de ideales, de cambios, y para ello vuelca toda su capacidad
audiovisual, que es muchísima. Aquí se centra en esos jóvenes
post68 cargados de energía revolucionaria, pero sobre todo, a la
deriva. Sin saber como canalizar sus fuerzas, el movimiento se va
diluyendo hasta casi desaparecer. ¿Una llamada de atención al
agotamiento de los nuevos auges?
Como en Carlos, el director se
limita a mostrar los diferentes puntos de vista, las formas de actuar
de cada uno, sin forzar un mensaje ni juzgar. Es más, aceptando la
convicción de sus personajes, estiliza con la misma intensidad que
ellos hubieran querido. Eso hace que esta sea una película
nostálgica, evocadora, tan vivaz que es fácil acercarse a los
personajes más extremos. Se apoya también en una banda sonora
basada en una exquisita selección de canciones de la época - no
sólo se encarga de hacérnosla oír sino que nos muestra una
interesante colección de vinilos.
Es cierto, como ya comenta mi compañero
Rómulo, que la película es algo dispersa. Tanto quiere mostrar el
contexto que apenas hay un hilo centrado. Ha de ser aceptada como un
fresco general, pero no se puede buscar en ella grandes historias de
personajes. Lo que sí hay son grandes momentos y sobre todo, mucha
inmersión en ese ambiente de arte, ideales y energía juvenil. Los
pies descalzos pisando los oleos desordenados, los paisajes soleados,
el desnudo inocente, el sexo libre, el simbolismo espiritual, la
lucha a pie de calle, las octavillas de la imprenta, el fuego. Quizá
la narrativa no sea nada del otro mundo, pero el fresco al completo
es impecable.