Hay directores capaces de estropear su obra por estar demasiado preocupados por el espectador, como puede ser el caso de Christopher Nolan. Desde luego, esto no es un problema para Jaime Rosales. Si ya lo demostrara anteriormente, en esta ocasión su película no tiene ninguna piedad con el espectador, ofreciendo hora y media sin diálogos que realmente es difícil de tragar. El mayor problema no es la ausencia de diálogos que podría ser suplida por un lenguaje visual como ya se ha hecho otras veces antes. No, Rosales va mucho más allá, la película está construida como un film común sólo que los diálogos nos se escuchan, sin aportar pistas visuales extras para seguir la película. Parece una limitación real, de quien no puede escuchar una conversación y se esfuerza por captar lo que puede. Esto ya se venía haciendo en el cine por lo menos desde que Hitchcock lo usara en Cortina Rasgada, aunque aquello era sólo una escena. A nadie se le había ocurrido, o quizá ocurrido sí, pero nadie había tenido los santos cojones de mantenerlo durante todo el metraje.
¿Sirve para algo? Para algo sí. El nivel de realismo que se consigue avanzada la película es muy alto y, por eso, la escena cumbre de los disparos es mucho más sobrecogedora. Un recurso al estilo de películas como REC, pero sin ninguna artificiosidad, y por ello también, sin nada a lo que agarrarse durante el resto de la película. Viene a ser el mismo método de su anterior película, La soledad, que ha sido llevado al extremo. Por eso esta película es mucho más pesada, pero también mucho más pura.
Cuando critiqué hace dos días El patio de mi cárcel, pedía otro cine español. Está claro que no estaba pensando en esto, pero es válido como intento. Eso sí, no es necesario buscar el videoarte, el cine de arte y ensayo, para hacer otro tipo de cine. En cualquier caso, dentro de la peculiaridad de la película, Rosales maneja de maravilla la estética y el sonido. Su película tiene un formato mucho más profesional que muchas otras españolas. Lástima que el director esté decidido a que el espectador se coma la butaca.
¿Qué ha querido conseguir con este formato? Quizá considera que las palabras enturbian un mensaje polémico. Quizá no quería verse en la situación de Médem, acusado de tomar partido desde sus armas audiovisuales, y Rosales ha generado la película más fría que podía hacerse. Quizá prefería que el espectador no se encariñase con el etarra ni le resultase cruel por sus palabras. Quizá ha buscado esa pureza extrema en la objetividad de su mensaje. Puede, incluso, que haya querido simbolizar la mirada de la vigilancia policial. O tal vez quería representar al criminal como una persona cualquiera que podemos ver por la calle o asomado a su balcón. Es posible que ninguna de ellas o varias a la vez, o simplemente nos ha querido hacer reflexionar. Lo ha conseguido, a costa de aburrirme soberanamente, eso sí.