Más allá de las colinas es una
película de contrastes. Cristian Mungiu toma la premisa del
hecho real para hablar de algo más general, el contraste cultural
que existe en su país. Un contraste que se ve en la calle, pero que
se acentúa especialmente en este convento ortodoxo con una
mentalidad propia de siglos atrás. Enclavado en una zona rural,
donde el padre es respetado por su congregación, y sin apenas
contacto con el mundo exterior (voluntariamente), se produce una
singularidad de contraste tal, que nos sirve para contemplar el
relativismo cultural a través del tiempo pero en un mismo momento de
la historia. Es decir, nos cuenta un hecho desde dos puntos de vista,
el de unos personajes de otro tiempo y el punto de vista actual. Es
importante, en este sentido, como espectador hacer el esfuerzo de
adoptar las dos miradas.
Mungiu nos cuenta así una anécdota
terrible, en la que, sin embargo, no dibuja ningún villano -quizá
peque de ingenuidad, o quizá quiera llevarlo al extremo. También
resulta extremo, o quizá voluntariamente arquetípico, al mostrar el
médico creyente y la doctora escéptica. Pero todo entra dentro de
su filosofía de contrastes.
De paso, nos cuenta una historia de
pasión obsesiva, de una persona dispuesta a abandonarlo todo,
incluso a arriesgar su propia vida, para estar con la persona que
quiere. Podemos ver la fina línea entre el amor más intenso y la
locura. El director aprovecha también, la recta final y el
exorcismo, para rozar sutilmente el género de terror, con algunos
momentos inquietantes. Cierta ambigüedad en la dirección le permite
jugar a dos bandas y ofrecernos una historia humana que tiene algunos
tintes místicos.
Ante todo, Mungiu rueda con una
maestría impecable, algunos planos demuestran un cuidado y una
preparación muy complejos. Eso sí, nada sorprendente, la vieja
escuela del este de Europa.