Crítica de la película Luces Rojas por Romulo

Tras Concursante, estreno nacional que le abrió las puertas a un posible segundo largometraje, llegó Buried. Todos sabemos de qué hablamos, sí: La peli del tío encerrado en un ataud. Esa misma.

Este proyecto sí que abrió puertas. Todas. Las tiró de un coñazo, de golpe. Buried es de esos casos aislados que aúpan a un proyecto y a todos los nombres propios involucrados a la primerísima fila de la industria, de una sola tirada.

Ahora llega Luces rojas, tercera película y con actores de nivelazo al frente del plantel. Esto es otra división, porque Buried no tenía obligaciones, y sí todas las oportunidades del mundo. Aquí la responsabilidad y la presión sobre los hombros de Rodrigo Cortés, de improviso, es altísima. Hay que cumplir, hay que demostrar que lo de Buried no fue casualidad.

Y no creo que sea casualidad: El talento visual, el talento como narrador, el talento como director es evidente. No es casualidad. Me asusta otra cosa. En Buried él se centró en llevar a la gran pantalla un libreto mimado por otro, un guionista que había escrito y reescrito la historia, que la había depurado y cuidado porque, inicialmente, pretendía dirigirla él mismo. Finalmente cayó en manos de Cortés e hizo un trabajo sobresaliente.

Pero aquí, en Luces rojas, ha querido erigirse en hombre orquesta. Si en Buried era el líder de grupo, aquí él es el grupo: escribe, dirige, monta... Mucha tarea. Y todas relevantes, todas exigentes, todas complicadas. Sí resbalas en una, el resultado de todas las demás se verá afectado. Ahí posiciono mis miedos.

Porque no dudo que la puesta en escena será potente. No dudo del buen hacer técnico del equipo. No dudo del talento de Murphy, Weaver, incluso el De Niro de estos momentos de su carrera. No, mis dudas están en cómo se habrán pintado esas luces rojas ya en los primeros pasos: en el guión.

Al Cine a descubrirlo.