Esta película es ágil, en su planteamiento, en sus personajes, en sus diálogos, en las líneas de acción y sentimiento que plantea, y todo mana, y todo fluye y fluye como un río que se acerca hacia el mar; y uno la admira, en sus meandros, desde una abarrotada sala de cine que no le permite mirar más allá de las agujas de su reloj, sin poder saber dónde está el mar, de qué color es el mar que Jaoui nos quiere transmitir, ni a qué huele ese mar. Y, de repente, tras un negro y 110 minutos de metraje, aparece el mar, los títulos de crédito.
Ésta es la sensación que me queda con esta película, con este tipo de cine costumbrista, en donde los pequeños detalles están calcados, pero donde la desidia por la planificación o la técnica es inversamente proporcional al gusto por el diálogo y las escenas con muchos actores. A lo largo de toda la película uno no se encuentra ningún momento de fuerza cinematográfica, ni en forma de plano, ni en forma de elipsis, ni en forma de nada. Pero, ¡ojo! la historia engancha y se te hacen queridos y graciosos los protagonistas, que no son guapos, ni feos, que son como tú y como yo, sí, como tus vecinos o los compañeros anónimos de tu butaca, con ese escritor encarnado por el Arturo Fernández francés (Jean Pierre Bacri, que calca su papel en "Para todos los gustos"), con esa Lolita, diametralmente opuesta al personaje inmortal de Nabokov, con ese matrimonio formado por la profesora de canto y el escritor naciente... Todo interesa, pero a la vez, nada se te hace transcendental, porque no hay mangufin, ni hilo conductor, ni previsión meteorológica que te haga prever las nubes del climax, que sucede cuando a la guionista le viene ne gana, para subir el volumen de un bellísimo aria, y, con ella, cantar a la esperanza mientras se echa el telón.
Me ha hecho sonreír esta película en un ambiente de carcajada fácil, porque la historia, la película, los personajes, todo te invita a mover todos esos músculos que se ocupan del ja-ja-ja. La película relaja en su invitación a un viaje agradable en un descapotable con fresca brisa de septiembre al atardecer que, sin embargo, uno no tardará mucho en olvidar. Porque esta comedia, tan francesa, como el rostro de sus actores, y de la que tendrían que aprender, y mucho, los guionistas de comedia españoles, se olvida tan fácil como se ve.