Aunque sea una estratagema demasiado recurrente a la hora de realizar una película, siempre resulta interesante revisitar ciertas situaciones a través de la mirada del niño. Esto es precisamente lo que hace en este largometraje la directora iraní Hana Makhmalbaf, niña prodigio y último hallazgo de una gran familia de realizadores cuyo primer corto fue estrenado en el Festival de Locarno cuando tan solo tenía ocho años de edad. Sin haber alcanzado siquiera la veintena, Makhmalbaf se atreve ahora con una segunda película, tras haber dado a conocer al mundo su opera prima, Joy of Madness, realizada a sus catorce años. Quizás sea demasiado arriesgado barruntar que la directora será capaz de plasmar en pantalla una manera de ver el mundo perteneciente a su propia infancia, no muy lejana. Lo que no puede ponerse en entredicho es que su juventud ha de influir necesariamente en el resultado obtenido.
Con el telón de fondo de la presencia del régimen Talibán en la Afganistán actual, Buda explotó por vergüenza tratará de mostrarnos el modo en el que la violencia termina por influir en los más pequeños. No nos vamos a hallar ante un film que se ande con medias tintas a la hora de retar al espectador, de involucrarlo en la crudeza de su historia. Por mucho que el cine iraní sea tachado en innumerables ocasiones de “gafapasta”, a veces encontramos entre sus realizadores grandes autores por descubrir. La reciente Persépolis (Premio del Jurado en Cannes), film de animación basado en la obra de Marjane Satrapi y en cuya realización también se halla involucrado el país galo, constituye una buena prueba de ello.