A George A. Romero se le debe conceder, ante todo, el beneficio de la duda. El que es creador de una de las películas más míticas de la historia del terror, La noche de los muertos vivientes, auténtica precursora de todo un subgénero, ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Así lo ha demostrado a la hora de volver a llevar a la gran pantalla a sus monstruos predilectos, sin perder por ello su característico estilo. Incluso hemos podido comprobar como su mítica creación ha sido reversionada con más o menos acierto por otros tantos directores, además de engendrar a toda una generación de producciones tan casposas como divertidas. Por todo eso, Romero ya se merece cierto respeto. No en vano es uno de los iconos más admirados del género.
Ahora bien, su nueva producción se aleja un tanto de sus últimas películas. La primera referencia que nos viene a la cabeza a la hora de hablar de un grupo de estudiantes tratando de rodar una película de terror amateur en un bosque -sin duda alguna, el propio Romero en su juventud- es la polémica El proyecto de la Bruja de Blair. La estratagema de la cámara al hombro ha dejado de ser, con el paso de los años, un mecanismo propio de films con poco presupuesto para convertirse en una técnica que en manos expertas da unos resultados asombrosos. De todos modos, el realizador estadounidense parece demasiado curtido en batallas como para arriesgarse demasiado en este aspecto. Eso no quita para que nos ofrezca una buena dosis de su maestría a lo largo de las escenas cumbre de la película, es decir, cada vez que los no muertos hagan acto de presencia.
A pesar de su mala leche, sus dosis de humor negro y sus litros de sangre, uno no puede evitar pensar que el director vive sus últimos días de gloria. No cabe duda de que, en su día, Romero consiguió un producto novedoso. Su acertada crítica a la sociedad de consumo, evocada a través de una manada de Zombies hambrientos de carne humana, está profundamente asentada en la memoria colectiva de generaciones enteras. Ahora bien, en un mundo como el de hoy en día, ya nada sorprende al espectador medio. Esta producción independiente corre el riesgo de caer fácilmente en la ingenuidad, aunque sea de esa que nos arrebata cierta sonrisa nostálgica.