He tenido la posibilidad de ver en Francia esta película, antes de que se estrene aquí en España, en un cine en versión original de lo más cultureta, con sus sesiones de cine clásico y sus pizarras veleda para los rótulos, con gente leyendo poesía a personas de la cola y con unas luces que no se encienden hasta que se acaban los últimos créditos... en fin, es otro país. Pero vamos a la crítica de esta película que me ha dejado un buen sabor de boca (¿olor de nariz?) pero con matices irregulares.
La primera parte de la película, concretamente hasta que el protagonista deja a Dustin Hoffman es brillante. Escenas con una fuerza impresionante se van sucediendo y una historia entretenida y curiosa nos lleva de la mano. Un Hoffman en su punto y un protagonista curioso, ridículo a veces... pero funciona. Transmite lo que ha de transmitir y, lo mejor, cuando no ha de transmitir nada no se excede ni una décima.
Sin duda lo mejor, y donde está todo el gran talento de la película, a la par que la dificultad, lo encontramos en la dirección que vence con creces los obstáculos del medio. Es cierto que recurre demasiado a la comodidad de la voz en off (un agradable John Hurt en la original), pero también es cierto que vemos una buena serie de escenas sin oír una palabra y que te llevan por un mundo de hedor y exquisitez a partes iguales que inundan la sala con violencia.
En todos los sentidos, no sólo en la ambientación de los olores, Tykwer aprueba con nota. Y con él la fotografía que consigue trabajar con garbo en la oscuridad. Esos planos imposiblemente cercanos de la piel, ese pelo rojo que crea esa sensación de atracción que ya conocíamos en el director, esa contundencia implacable.
Pero digo que es una lástima. Porque toda la segunda parte se convierte en una historia algo mecanizada de asesino en serie. Porque la primera muerte “casual” recuerda más a la serie B de Corman que a otra cosa. Y sobre todo, porque el final apoteósico de la plaza resulta tosco, ingenuo y sobre todo fuera de toda concordancia con el tono de la película. Y cuidado que desde el punto de vista visual me encanta esa escena con el protagonista dominando desde lo alto.
Pero a uno le rompe porque no ha habido franqueza. Aunque el tono de fábula está presente en todo momento, no llega a tal nivel hasta ese momento. Es verdad que los superpoderes del personaje resultan hasta cómicos de exagerados, pero se presentan como la cuestión “fantástica” de la película, la historia de un hombre con una capacidad olfativa sobrehumana. Bien. Es verdad que las muertes sucesivas de las personas que han tenido contacto con él resultan de cuento pero dentro de los márgenes de la realidad. Llega el final y suena a estafa, a gran broma al espectador, y da la sensación de que sólo es una manera de acabar una parte más rutinaria y convencional con una traca más original y llamativa. Esto no es “La joven del agua” donde desde el principio se nos pone sobre aviso de las reglas del juego. Soy amigo de los finales arriesgados, pero esto es excesivo y para colmo no me parece ni siquiera novedoso.
Por otro lado, siento que la mitad de las muertes están más al servicio de la comercialidad que al de la calidad de la película / novela. Sobran. En el film se acentúa con la inclusión del subtítulo completamente innecesario (historia de un asesino) para convencer al público más acomodado. Lastres de un bestseller que para serlo, al final, entre tanto aroma, debe recurrir a las mismas fórmulas que el resto.
Pero no quiero que todo esto empañe mi opinión de la película, ni esta comercialidad forzada ni el final descoordinado hacen que me olvide de los otros puntos muy positivos. Y es importante subrayar que las dos horas y media se pasan volando.