No se puede decir que no se haya metido
en la piscina hasta el fondo. Constantes guiños musicales (del
videojuego Zelda, de la teleserie Seinfield...), una lucha de bajos a
muerte, veganos, skaters, combates a lo Streetfighter, estética
cómic y rupturas de pareja a causa de un corte de pelo. No tiene
ningún miedo en resultar apestosamente indie, en ser carnaza para
los lectores de la Rock Deluxe, en demostrar su condición geek. Por
supuesto, con el acelerador tan al límite que se recrea en la
parodia de su propio contenido, y es que sin cierta distancia, uno
podría acabar hasta las narices de tanto comprar en Amazon y ensayar
en el garaje.
La base del argumento tarda un poco en
aparecer pero pronto se vuelve ferrea: Pilgrim deberá acabar con los
siete malvados ex, exhibiendo una espectacular forma de combate al
estilo videojuego. Afortunadamente, la película sabe dosificar de
forma irregular estos enfrentamientos, para que el desarrollo no se
vuelva mecánico, eliminado rápidamente (y en alguna ocasión por
pareja) a algunos de los enemigos. Asistimos a hilarantes peleas,
algunas por su espectacularidad (la mayoría, pues el despliegue de
fx está bastante logrado) y otras por su mala leche, como es el caso
del pitorreo con los veganos.
De algún modo, entre lo superficial y
lo surrealista, se consigue que las andanzas de este personaje cobren
importancia, y que los marcados mensajes finales no suenen demasiado
vacíos. Maneja con soltura los trucos visuales propios del cómic
(rótulos, pantallas partidas, transparencias, etc.). Sobre todo,
sabe mantener el interés con un desarrollo atípico, sabe incluir
actuaciones musicales sin que chirríe (atención que las canciones
de Sex Bob-Omb son obra del mismísimo Beck). En definitiva,
sabe ser diferente y que eso sea un valor y no un contra.