La mirada asiática es una de las más apasionantes del cine actual. Gusten o no, lo cierto es que sus películas no dejan indiferente a nadie. Ya sea con sus delirios inimaginables o sus historias intimistas, Japón produce films que no pueden hacerse en ningún otro país del mundo. Solo una industria madura y repleta de fantásticos creativos es capaz de idear obras tan dispares y fascinantes como la alocada Dainipponjin de Hitoshi Matsumoto o la poética El boque del luto de Naomi Kawase. Y lo mejor de todo es que esa industria todavía conserva un buen puñado de ideólogos cinematográficos dispuestos a seguir sorprendiendo al resto del mundo. No es de extrañar que gente como Miyazaki o Kitano sigan despertando pasiones a pesar del paso de los años.
El director de esta película, Kiyoshi Kurosawa, es uno de los más destacados gurús del género del terror japonés. Sorprende descubrir al director de Cure y Kairo al frente de un drama familiar. El concepto de familia japonesa no es en absoluto equiparable a su homólogo occidental. ¿O tal vez sí? Es por eso que el estudio de una desintegración familiar desde el punto de vista nipón resulta tan interesante. Kore-Eda ya hizo lo propio con la maravillosa Dare mo shiranai -aunque desde una perspectiva radicalmente opuesta- y vuelve a abordar la temática en Still Walking. Un desarrollo pausado, imágenes líricas en medio de la metrópoli e interpretaciones de peso a cargo de Teruyuki Kagawa, Kyoko Koizumi, Haruka Igawa, Yu Koyanagi y Kai Inowaki es lo que nos vamos a encontrar en esta película galardonada con el premio del jurado en la sección Un certain regard de Cannes. Pura introspección cinematográfica.