Una de las primeras cosas que se capta
en esta cuarta entrega de Misión Imposible es la firme
voluntad de no tomar por estúpido al espectador, con un guión que
incluso llega a ser crítico con la propia película en sí. Un
ejemplo muy claro lo tenemos cuando el analista cuestiona el plan de
la bengala bajo el agua, como poco creíble. Los guionistas se
plantean cada punto, sin dar nada por sentado, incluso forzando
al espectador a ser exigente y a valorar con la mirada limpia de
ideas preconcebidas lo que está viendo. Recordemos la huida del
hospital, cuando el protagonista no se atreve a saltar al contenedor
(el clásico recurso válido en cualquier película de acción
actual). Nos obligan recalcular el baremo de lo posible y lo
imposible, consiguiendo no sólo una película más inteligente, sino
también una escena que cobra una mayor emoción. El héroe debe
buscar otra alternativa de escape, que ahora nos parecerá mucho más
meritoria después de haber definido previamente el peligro con gran
precisión. De esto se cuidan bien a lo largo de la película:
primero definir las reglas, el nivel peligro, lo posible, lo que no lo es; y después llevar a cabo cualquier hazaña que de otra
manera hubiera sido un circo vacío de emoción (lo que es gran parte del cine de acción, donde ya todo vale).
Sobre este sólido material -aunque por
qué no decirlo, también algo funcional- el director, Brad Bird,
consigue aprovechar al máximo la emoción y la intensidad de la
acción para construir una película trepidante. Toda la parte de
Dubai funciona de maravilla, con la famosa escena de la torre más
alta del mundo, con la espectacular y casi mágica tormenta de arena,
pero sobre todo con esa secuencia en paralelo de las dos
habitaciones. Suspense del bueno. Bird sabe poner la cámara donde
maximice las sensaciones, ya sea dando un paso al vacío, o con un
simple contrapicado de Tom Cruise corriendo a toda leche -a
veces no hace falta más. Es cierto que se le puede achacar cierta
falta de atmósfera o de unidad estética, alguna personalidad
definida como la que podía tener, para bien, Brian de Palma en la
primera entrega o, para mal, John Woo en la segunda. No veo esa
personalidad que sí estaba más visible en sus trabajos de
animación, un elemento que sería necesario para dar un paso más en
la calidad de la película y quizá hacerla menos fría.
Actores eficaces que consiguen una
buena sensación de equipo. Una muy buena factura técnica, y,
definitivamente una película divertida, disfrutable y que tiene muy
en cuenta que un espectador sin pretensiones no es lo mismo que un
espectador estúpido.