Chloe, ha sido la encargada de dar el pistoletazo de salida al Festival de San Sebastián y éso, siempre es un gran prueba. Ha salido airosa. Ya lo comentaba en mi precrítica, era el primer balón cinematográfico en ponerse a rodar. Pocos como Egoyan dejan una sensación tan plena.
Arropado de dos grandes como son Julianne Moore y Liam Neeson, Egoyan ha fabricado una historia sobre las relaciones matrimoniales, el amor, el sexo y el deseo. Algo tan cotidiano pero a la vez tan incómodo. La falta de confianza o el distanciamiento de dos seres que se amaron pueden dar rienda a situaciones a menudo inimaginables o disparatadas. Y eso es lo que sucede. Un vacío emocional se vende a cualquier postor, incluida Chloe, el deseo y el pecado. Lo hace, dividiendo la cinta en dos partes muy claras, la primera, la búsqueda de Moore por una infidelidad que tiene que ser cierta sí o sí, una crisis no declarada y la segunda, el callejón sin salida que toma ésta tras querer escapar de una situación insoportable, la crisis declarada.
Con un lenguaje sexual y sensual en todos los sentidos, Chloe expulsa de Moore todo lo que en su marido no encuentra. Además de un encuentro sexual entre dos mujeres, la cinta explora el mundo femenino desde muchos puntos de vista. Desde una prostituta capaz de todo por encontrar cariño, una ginecóloga respetada, la joven embarazada hasta una madre y esposa de clase media-alta. Amanda Seyfried, tan guapa, sensual, imposible de rechazar y odiosa, maliciosa, mentirosa. Ese bombón que nadie rechaza. El pecado, la carne, frente a la estabilidad y mantenimiento de una jerarquía muy sujeta que puede destruir a cualquiera de nosotros.
Una película que se disfruta gracias al buen ritmo que la historia va exigiendo. Un buen trabajo de corte comercial que se centra de nuevo en las dudas, la capacidad para destruir y ser destruidos. Las almas podridas de nuevo al descubierto. ¿El deseo puede a la jugosa estabilidad? Egoyan nos lo ha planteado. Este director ha demostrado una vez más que es serio de los pies a la cabeza. Sabe qué quiere contar, sin salirse por la tangente.