Spring Breakers, gira en torno a
un único concepto: el paso cada vez más abrupto de la inocencia a
la edad adulta en la sociedad americana. Tan sencillo y al mismo
tiempo tan profundamente complejo. Cada elemento que introduce la
película incide en la misma cuestión, ofreciendo nuevos puntos de
vista o recalcando los expuestos, convirtiéndose así en un retrato
incontestable que va calando con fuerza según avanza. Una espiral
que enriquece una idea, como ocurre en el cine de Steve McQueen o en
el de Jaime Rosales.
No se trata de una cuestión universal
sobre la madurez, es una obra firmemente aferrada a su tiempo y a su
lugar. Harmony Korine destapa una realidad que está a la
vista de todos, una sociedad que sobreprotege a sus jóvenes con
mojigatos valores religiosos mientras los sexualiza y convierte en
seres superficiales. El paradigma de todo esto lo encontramos en
Diseny Channel, con sus series orientadas al culto a la imagen y al
exhibicionismo como objetivo; y en la MTV, donde el desenfreno sexual
se mezcla con los valores más rancios. El gran acierto de Korine es
señalar todo esto en lugar de contarlo. Juega con que el público ya
tiene la información, solo hace falta reflexionar. De la misma
manera que Haneke habla, en La cinta blanca, del caldo de
cultivo del nazismo sin hacer ninguna referencia explícita, o Paul
Thomas Anderson en The Master se refiere a cuestiones
relacionadas con la cienciología sin hacerlo expresamente. O como
David Fincher evoca en La red social una conversación por
chat sin mostrarla. Se busca una complicidad con los conocimientos
previos del espectador.
La película tiene argumento, pero
apenas estructura y es que el contenido explícito de la narración
tiene un valor absolutamente secundario. Aunque vemos una crítica
clara con la alusión a las sesiones religiosas que dan paso al
desenfreno, no son tan importantes como el mero hecho de que el
personaje esté encarnado por la reina de Disney, Selena Gómez.
Cuando se referencia a Britney Spears no hay un contenido propiamente
dicho en la película. Es una referencia pop suficientemente conocida
para que el espectador pueda entender que la propia Britney encarna
todo lo que la película quiere representar. Se consigue así la
secuencia más impactante de la película, con un discurso
aplastante. Korine obliga a mirar y une las dos caras del problema:
lo que quiere ver la sociedad (el rosa, los unicornios, el piano) y
lo que hay de fondo (la sordidez, la decadencia, la violencia). Te
enfrenta cara a cara al aspecto más enfermo de la sociedad
americana, que mantiene a sus hijos en absurdas urnas de cristal para
luego soltarlos en una selva.
Y como resultaría paradójico hacer
una crítica a la doble moral con una obra moralista, Korine huye en
sentido contrario. Nos regala una gamberrada transgresora,
divertida, sexy, salvaje. Empieza a tope, con Scary Monsters and
Nices Sptites a todo volumen y la mejor orgía playera que
podamos imaginar, pero no tiene intención de bajar el nivel de
fiesta depravada ni un segundo. Nos sumerge en una estética de neón
y música electrónica que convierte la experiencia en un viaje
alucinógeno. En esto ayuda el equipo: el director de fotografía,
Benoît Debie, quien ya nos había drogado en Enter the
Void; y Cliff Martínez en la banda sonora, repitiendo el
hipnotismo de Drive, y acompañado de Skrillex que le
da la réplica electrónica más brutal. Korine demuestra aquí una
mayor madurez estética, con el increíble plano secuencia del atraco
o con el onírico pasillo rosado del final. Combina esta capacidad
calculada con derroches del sexo más fácil, más propios de Jersey
Shore o del videoclip de un rapero. Y en esa línea, es genial la
caricatura de gangsta rapper que borda un James Franco crecidísimo. Dólares en la cama y armas para fardar posando ante
ellas con sus zorras en bikini.
Spring Breakers es impecable por
su inteligente uso del reparto: las chicas Disney corrompidas, como
el mensaje más contundente. Es impecable porque es capaz de divertir
de la forma más grosera mientras mantiene unas aspiraciones de lo
más profundas. Es impecable por la solidez de su plasticidad. Es
impecable porque es una idea poderosa, asombrosamente precisa y coherente a todos los niveles,
sin añadidos, sin excusas. Es una bomba de mierda en la cara más
limpia de EEUU. Impecable.