Ganó el Oscar a mejor película de habla no inglesa y sin duda esa es la razón de que se pueda estrenar el próximo viernes esta película japonesa en algunas de nuestras salas. No sé queda ahí en lo que a premios se refiere, la academia japonesa se ha volcado sobre ella. Una película que trae buenos avales.
Su director, Yojiro Takita, tiene una carrera amplia y muy peculiar. En sus comienzos tiene cine subidito de tono, a principios de esta década dio el pelotazo con The Yin Yang Master, una película de épica oriental que fue exitazo de taquilla y que, cómo no, tuvo su correspondiente secuela. El caso es que ahora llega con un proyecto diametralmente opuesto a todo eso, un delicado drama con mensaje, humor, música y lecciones de la vida.
No me lo trago.
No creo que haya cambiado demasiado su delicadeza cinematográfica de cuando rodaba sangre y demonios. Simplemente ha cambiado el envoltorio y se ha valido de unos recursos algo trillados para buscar una reflexión facilona y espirituosa sobre la vida y la muerte. Seguramente recurriendo al tópico que mejor funciona de manera que algunos críticos puedan escribir cual precríticos, su texto positivo ya antes de verla: "una original fábula vitalista", "emocionante, virtuosa", y demás clichés. Yo, de momento, no me lo trago. Me huele a carne fácil de premios y festivales, artificial y demasiado vista. Con falsa vocación intelectual. Seguramente llega con unos diez años de retraso y le debe demasiado a Kore-eda. Diría que no estaba ni entre las tres mejores nominadas al Oscar.
Dejando claro lo que considero una muy posible sobrevaloración de la película, y disgustado por el exceso de pretenciosidad combinado con el recurso fácil, creo que al menos puede ser una película entretenida y amena. Eso sí, me cansará su mensaje a voces y su falsa personalidad. Para los menos quisquillosos.