Probablemente, de haber firmado esta precrítica semanas atrás, con el visionado de Buenos días y buenas noches aún reciente, me habría entusiasmado un puntito más de lo que ahora puedo mostrar. Un puntito o dos. Y es que la cinta dirigida por George Clooney ya presentaba un formato cercano al documental, de cámara nerviosa y con intereses casi exclusivamente políticos. De aquellas, el resultado me gustó. Y mucho. Pero, pasan los días y mi entusiasmo respecto a este otro título (en este caso Clooney sólo actúa) decae.
Adivino que los tiros irán por semejante camino, estilísticamente hablando: cámara en mano, ficción que quiere parecer documental. Perderemos el precioso blanco y negro de Buenos días y buenas noches por un color sucio, saturado, a menudo cargado de blancos quemados hasta el extremo. Y, sinceramente, puede ser una línea bonita para trabajar, y para mostrar. Y para ver.
Pero... en aquella otra cinta Clooney fue muy hábil limitando su metraje a una horita y media y, sobre todo, centrándose única y exclusivamente en aquella línea de interés que él quería contar. Sólamente eso. Nada más. Había que huir de cualquier riesgo de cansar, despistar, hartar al espectador. Y empiezo a oler que aquí, en Syriana, las tropecientas mil líneas argumentales que nos van a querer contar y (peor aún) explicar nos pueden acabar llevando al peor lugar posible para un espectador: al desinterés. Hasta ahí se le puede llevar de muchas maneras; aburriéndole, haciendo que no entienda nada... Mil maneras.
Complicado será, creo, que Syriana no incurra en alguna de esas mil posibles faltas.